Pensaba dedicar esta primera entrada de septiembre, después de todo un mes de vacaciones blogueras, al Taller de novela policíaca que imparto en la escuela de escritura, Ateneo Literario, que he fundado junto a Néstor Belda y que codirijo con él. Y, para hacerlo, se me había ocurrido utilizar el recurso de los buenos propósitos que todos nos hacemos durante las vacaciones veraniegas.
El tiempo estival de descanso es, como la proximidad de un año nuevo, ideal para que la mente se replantee la vida que llevamos y se proponga cambiar aquello que no nos gusta o empezar aquello otro que sí lo hace. De ahí que sean estos dos momentos del año cuando las editoriales aprovechan para lanzar sus colecciones de fascículos y los gimnasios registran sus cotas más altas de matriculación.
Yo, muy aguda, pretendía aprovechar esta costumbre anual que nos infecta a todos en septiembre para animar a los lectores interesados en la novela policíaca a que echaran un vistazo al taller y, tal vez, se plantearan realizarlo. Sin embargo, se me adelantó una alumna, que publicó una entrada en su blog, Taller de novela policíaca: comenzando el nuevo curso, en la que pareciera que me había leído el cerebro. Así que aquí estoy, frente a la pantalla del ordenador, intentando dar con una nueva idea que me permita inaugurar el nuevo curso bloguero de manera diferente a la que tenía pensada.
Y he decidido que, pese a ello, me sigue apeteciendo hablar de septiembre, de los nuevos planes, de los proyectos. Sobre todo porque desde que este blog abriera sus puertas, el 14 de agosto de 2014, no han dejado de suceder acontecimientos a los que aún no he podido dar explicación. Ni desde un punto de vista cuantitativo ni cualitativo.
Lo que va de hace un año a hoy
Meter la cabeza en el mundo de Internet es arriesgarla a recibir una tunda de golpes, con alguna que otra caricia de vez en cuando. El cibermundo, si se observa con detenimiento, no tiene nada que envidiarle al mundo real, y eso pese a que, según afirma Susana Martínez-Conde, no sepamos con certeza si nos encontramos en uno o en otro. Como dice el Evangelio, de todo hay en la viña del Señor, y, no, la cosa bloguera no tiene por qué ser diferente es este aspecto.
Lo que sí lo ha sido es lo muy diferente que me va en el mundo virtual. Sí, me refiero a los sucesos a los que apuntaba antes: en un año, he publicado mi primer libro, estoy a punto de hacerlo en una antología de relatos junto a un estupendo grupo de escritores, avanza, aunque lentamente, mi segunda entrega de Carter & West, que ha sido la que ha pagado el pato de que, también en lo que va de año, haya fundado, junto a Néstor Belda, mi propia escuela de escritura.
No planees. Conjetura
Planificar es conjeturar, dicen J. Fried y D. H. Hansson en su libro :
[...] Trazar un plan te hará creer que puedes decidir sobre cosas que están más allá de tu control. ¿Por qué no llamar a los planes lo que realmente son: conjeturas?
[...] En el momento en el que conviertes tus conjeturas en planes estás entrando en un territorio peligroso. Cuando planificas, es el pasado el que guía el futuro. Los planes son como anteojeras. "Vamos allí porque, bueno, dijimos que era allí donde íbamos". Y ahí radica el problema: los planes no son compatibles con la improvisación.
Y tienes que ser capaz de improvisar. Tienes que ser capaz de aprovechar todas las oportunidades que se te presenten en el camino. En ocasiones tienes que decir: "Tomamos una nueva dirección porque eso es lo coherente hoy".
Hubo muchos "hoys" a lo largo del año y en cada momento tomé las decisiones, improvisadas, que creí correctas. Ellas son las que me han traído hasta aquí y, pese a que los planes previstos se hayan visto modificados en gran parte, el resultado de la improvisación no ha estado nada mal. Nada, nada mal para un primer año. Y eso que hace poco más de 12 meses yo sólo tenía un deseo: poder dejar algún día mi trabajo actual y dedicarme a lo que me gusta. Quizá sea cierto eso que dicen de que, en ocasiones, el universo conspira a tu favor.
En cualquier caso, y para asegurarme de que así fuera, me he venido aplicando las motivadoras palabras de Steve Jobs:
Si no trabajas por tus sueños, alguien te contratará para que trabajes por los suyos.
No estoy dispuesta a seguir trabajando por los sueños de otros. Quiero alcanzar los míos. El gran sueño...
...dejar mi trabajo
Tal y como dice José Noguera en su artículo, Cómo saber cuándo es el momento de dejarlo: Si suena el despertador y tienes ganas de matar a alguien, o si llegas a casa después del trabajo y sientes asco de ti mismo: ese es el momento en el que sabes que has de dejar tu trabajo inmediatamente.
Yo vengo sintiéndome así desde hace años, pero sólo hace uno que decidí intentar otro camino. Quizá es la mentalidad española de aspirar a una seguridad funcionarial la que nos mantiene atados a nuestros puestos de trabajo, aunque esa supuesta estabilidad no esté garantizada, la que me ha mantenido amarrada a ese empleo más allá de lo que estaba dispuesta a soportar.
Existe un punto común en el que a las personas no les queda más remedio que actuar para cambiar una situación. Ese punto suele ser el límite de lo que estamos dispuestos a aguantar y sufrir.
José Nogueras
Hace un año que alcancé ese punto y, desde entonces, sueño con el momento de verme así:
¡Y llegará!
Nunca es demasiado tarde para ser la persona que podrías haber sido. George Elliot
De modo que no importa lo que tarde ni el esfuerzo que cueste. El maná que me sostendrá hasta que ocurra será mi propio deseo de que suceda.
Es septiembre, amigos. ¡Pedid un deseo!
Por cierto, y aprovechando la coyuntura..., si el tuyo es aprender a escribir novela policíaca, no dejes de echar un vistazo aquí. 😉