Piedra que pesa y sin embargo vuela. Centro que une aunque también divida. Voces de dentro: piedra, centro, fondo. Palabra sola pero compartida.
Porque, en el fondo, la palabra es piedra que va derecha al corazón del agua. El agua sube siempre desde el fondo. Y hacia lo hondo asciende la palabra.
Piedra, palabra, agua, fondo, centro: máscaras habitadas del silencio.
De muy atrás, tal vez contemporáneos de la publicación de uno de los libros capitales de José Ángel Valente, son estos versos que andaban perdidos en un viejo archivo y que ahora he recuperado gracias a una soleá de La Serneta, una de las más afortunadas letras del flamenco, llena de una hondura que en la voz de la Niña de los Peines alcanza la intensidad del cante puro. Lo que no sabía, cuando trasteaba con estas resonancias, era que acaso estaban siendo aviso de un leve pero muy doloroso cólico nefrítico que hace unos días me hizo ver, durante unas horas, las estrellas de un cielo asolador. Soy consciente desde hace mucho de la verdad que encierran las palabras de la poesía, pero nunca sospeché que la exactitud de su cálculo pudiera ser tan implacable.