«Dejé la puerta abierta, solo tenías que entrar». Esta, la última frase de Piel de lobo(2016), segunda novela de Lara Moreno (Sevilla, 1978), podría ser también su síntesis. En esta obra hay muchas puertas que da miedo cruzar: puertas materiales, de hogares que han dejado de serlo, de lugares desconocidos de los que no se sale indemne; y, sobre todo, puertas simbólicas, preguntas sin formular, gritos silenciados, afecto contenido. La (acertadísima) fotografía de la cubierta muestra a dos niñas enlazadas por el cabello. Están unidas de forma íntima, pero al mismo tiempo la imagen resulta repulsiva, antinatural. Si una se aparta, la otra sentirá dolor. Solo pueden permanecer juntas, por mucho que las incomode, o destrenzar el pelo, separarse. Se tapan los ojos, no quieren mirar. O quizá tan solo están jugando. Las protagonistas del libro también compartieron juegos, aunque ya han dejado atrás la infancia: Sofía y Rita, dos hermanas treintañeras, se reencuentran tras la muerte del padre. La casa vacía, la casa donde antaño fueron niñas, recibe a dos mujeres adultas, heridas, que se enfrentan a lo que han callado. Los secretos. Y lo que las une.
Lara Moreno
En la consecución de esta atmósfera entre turbulenta y tediosa tiene mucho que ver el estilo de Lara Moreno: una escritura árida, cruda, poética, de oraciones largas y ramificadas, rica en metáforas y enumeraciones. Más que «atrapar» por su historia, envuelve por su cadencia, sus aceleraciones, su intensidad variable. La prosa se funde a la perfección con el contenido. Abundan las referencias al cuerpo y sus fluidos, sin tabús; una voz impúdica como la de Por si se va la luz, en la que la tensión va de menos a más y culmina en unas últimas páginas estremecedoras. Destaca su habilidad para introducir las voces de los personajes en el cuerpo del párrafo sin utilizar nunca diálogos, bien a través del monólogo interior, bien con la transcripción de las palabras esenciales de una conversación. La narración fluye con naturalidad y sin excesos a pesar de los riesgos que supone el lirismo en una novela. También trabaja de maravilla las elisiones, de hechos y de partes de una charla. Es una narradora sutil, sensitiva, pulcra. El resultado es una obra hipnótica… tanto o más que Por si se va la luz. Difícil no caer en sus redes.