De un momento a otro sonará la cerradura de la puerta, aparecerá por fin mi compañero de piso y volveré a tener contacto con un ser humano después de 48 horas en la más absoluta soledad (salvo la panadera, el tío del estanco y la cajera del súper). Hacía tiempo que no disfrutaba de un fin de semana asi, encerrado en casa, leyendo, escribiendo, viendo películas, alguna serie y muchísimo fútbol y, por supuesto, escuchando mucha música. Durante estos días he descubierto alguna que otra sorpresa que ya os iré comentando, pero hoy quiero hablaros de Olivia de Happyland, una chica de la que había oído hablar pero a la que nunca había tenido la oportunidad de escuchar. Hace unos días llegó a mis manos Casi feliz, su último disco, y he podido comprobar que no les faltaba razón a todos aquellos que me lo habían recomendado.
Olivia nació y creció en una granja, y aunque se instaló en Madrid cuando fue a estudiar, dice que aún no ha encontrado su sitio. Las canciones de Olivia tienen mucho de pop y algo de folk, y como si de un diario personal se tratara, todas son parte de una misma historia, la que le da sentido a Casi feliz. Escribe las canciones por la noche, cuando está a punto de dormirse, y las guarda en el móvil, y quizá sea esta la razón por la que hacen equilibrismo entre sus sueños y sus vivencias más personales. El tono del disco es optimista en general, con un aire infantil y apiruletado que, sin embargo, no llega a empalagar ni mucho menos. Hoy voy a dejaros la que por ahora es mi preferida de este bonito disco que todavía estoy conociendo, Pierdo el camisón, un simpático tema en el que nos muestra su lado más pícaro...