Pies suaves en calcetines cansados.

Por Negrevernis
El aire se respira denso y estancado, pero hace frío suficiente como para recordar que tengo que dejar cerca la chaqueta, una vez más. Camino despacio, mis pies en zapatos sencillos y cómodos: es casi como andar en zapatillas. Veo a un antiguo alumno paseando a lo lejos, bordeando el parque, a un perro negro de noche. Vuelvo a sentir mis pies calmados, voy por el bordillo de la acera, sin prisa, despacio, haciendo equilibrios que emulan apenas a Niña Pequeña. No quiero llegar tarde, pero tampoco me apresuro: ¿para qué? Casi daría una vuelta al parque, tal vez, si no hiciera tanto frío. Llevo el bolso verde y ancho: una botella, un libro, estuche, apuntes del examen sueltos.
Un hombre mayor escucha el sonido de la conciencia tranquila al caer en forma de limosna en mano ajena, una chica joven discute por teléfono con alguien, cuatro muchachas pasan rápido a mi lado hablando en fluido inglés. He venido en autobús de dos pisos, me han mandado tres mensajes a mi móvil mientras miraba por la ventana, un amigo me llamó, dos compañeros de la facultad quedaron conmigo antes del examen para lamernos las heridas y hacernos creer entre los tres que hoy mereció la pena ver salir el sol.
No quiero pensar mucho, sólo sentir cómo mis zapatos son suaves y se amoldan a mis calcetines grises recién estrenados. Me duele la mentira, no el perdón ni el olvido.