Pietà (Piedad), Corea del Sur 2012

Publicado el 12 abril 2013 por Cineinvisible @cineinvisib

Si Freud aún estuviese vivo, pagaría lo que fuese por tener como paciente a Kim Ki-duk. Violencia, crueldad hacia los animales, torturas, masoquismo e incesto, todo sabrosamente mezclado con el ardiente tema de la maternidad: ingredientes de una, supongo, exquisita sesión de psicoanálisis en la que quizás, el cineasta se hubiese convertido en el eslabón perdido entre el científico austriaco y su discípulo Lacan.Kim Ki-duk es capaz de lo mejor y lo peor, al mismo tiempo y sin solución de continuidad. Su último largometraje, Piedad, el número 18 de su larga y desequilibrada carrera posee momentos verdaderos hipnóticos, en que la magia del director opera sin reserva alguna, y otros, en los que las incongruencias de un guión, bastante traficado (sucesión de madres y estereotipos básicos), saltan a la vista y pueden provocar carcajadas, en el mejor de los casos (de repente el protagonista tiene en su móvil el número de teléfono de una mujer que acaba de encontrar y afirma ser su madre, un personaje apuñalado en el pecho puede no solo bajar las escaleras sino buscar e incluso esperar un taxi…).A pesar de los innombrables peros que se le pueden poder, Kim Ki-duk ha sabido percibir las inquietudes del momento y combinar dos temas recurrentes de la cinematografía surcoreana: la figura de la maternidad, como personaje principal de enlace y transmisión de valores, y la transformación, o mejor dicho, mutación, de un país que salta del tercer mundo al primero en cuestión de segundos. Si Kim Ki-duk sitúa su historia en la parte pobre de Seúl que será arrasada días después, otro cineasta (presente en Cannes 2012), Im Sang-soo, localizaba su The taste of money (del que hablaremos próximamente como parte de este díptico) enfrente, en las oficinas ultramodernas y las mansiones de un lujo, literalmente, asiático.Ambos cineastas recurren al grito para prevenir y avisar de una transformación radical que implica una pérdida de los valores tradicionales, base de su construcción social, de respeto a la familia, la madre en primer lugar, o de tolerancia hacia los demás. Y también, no puede ser coincidencia, dos madres dispuestas a todo y más perversas de lo que uno podría imaginarse. Las dos películas desarrollan la violencia y la tensión de un mundo en pleno cambio hacia lo peor.Aquí el protagonista, una especie de cobrador del frac, no duda en mutilar a sus víctimas para cobrar el seguro y obtener de esta manera los intereses leoninos que sus jefes imponen a los pobres desgraciados de un barrio sometido a una presión inmobiliaria insostenible. Esa mujer que dice ser su madre, tras un rechazo inicial, resultará el único eslabón que de sentido a su vacía vida pero, como siempre en el cineasta, las apariencias engañan y la madre, Min-soo Jo, extraordinaria actriz, no ha dicho todavía su última palabra. León de Oro en Venecia: no está nada mal para el retorno de este cineasta que provoca sofocos con cada uno de sus estrenos.