Piketty demuestra que las grandes fortunas del siglo XXI tienen los mismos apellidos que las del siglo XX y XIX. Algo que no puede sorprendernos en España, justo cuando hemos sabido que treinta de las familias más poderosas urdieron sus primeros millones bajo el manto protector del franquismo, hace ya varias décadas. Familias que se muestran contrarias a cualquier medida de política económica que frene la austeridad y los recortes, y que ponga en peligro la actual concentración de poder económico en sus manos. Si Piketty está en lo cierto, y hasta ahora nadie le ha rebatido, estaría justificada una mayor fiscalidad sobre las grandes fortunas y los grandes patrimonios, ya que no responden al espíritu emprendedor de sus propietarios, sino más bien a la pertenencia a ricas sagas familiares. Una propuesta sensata permitiría una mayor redistribución de la riqueza de la mano de la justicia social, algo que pone los pelos de punta a los multimillonarios de la tierra.
Piketty, en palabras del Nobel Paul Krugman, no es ni mucho menos el primer economista en señalar que estamos sufriendo un pronunciado aumento de la desigualdad, y ni siquiera en recalcar el contraste entre el lento crecimiento de los ingresos de la mayoría de la población y el espectacular ascenso de las rentas de las clases altas. No, la auténtica novedad de El capital es la manera en que echa por tierra el más preciado de los mitos conservadores: el empeño en que vivimos en una meritocracia en la que las grandes fortunas se ganan y son merecidas.
La reseña de The Wall Street Journal, como era de esperar, destaca el Nobel, se las arregla para enlazar la demanda de Piketty de que se aplique una fiscalidad progresiva como medio de limitar la concentración de la riqueza con los males del estalinismo. Aun así, las ideas también son importantes, ya que dan forma a la manera en que nos referimos a la sociedad y, en último término, a nuestros actos. Y el pánico a Piketty muestra que a la derecha se le han acabado las ideas, en opinión de Krugman.