[Píldoras literarias] Hoy, con "Cien", de José María Merino

Por Harendt


La noción de brevedad ronda siempre las consideraciones sobre la minificción de los minirrelatos. Aunque la brevedad no sea, ni con mucho, el único rasgo que es necesario observar en estas brillantes construcciones verbales, resulta lógico que para el lector común, e inclusive en cierta medida para el escritor, resalte de manera especial. 

Fue, en efecto, la primera característica que llamó la atención de lectores y críticos de esta forma literaria: la que primero produjo desconcierto y, a partir de allí, admiración. Ocurre, sin embargo, que tal noción es eminentemente subjetiva. Se puede considerar breve un relato de ocho o diez páginas, pero también lo será uno de un par de páginas, e igualmente, y con mayor razón, algún texto de extensión aún menor, que podremos describir en función de un determinado número máximo de líneas o de palabras, y no de páginas ni de párrafos. 

Pesan en este sentido la tradición de una literatura, y también la implícita comparación -casi instintiva, casi subconsciente- que formulamos con otros textos que conocemos, o bien con lo que se considera cuento o relato en nuestra propia literatura o en una distinta de ella. ¿Habremos de aceptar una categoría nueva, la del microrrelato brevísimo o hiperbreve, aunque el nombre resulte redundante? ¿O bien entenderemos que hay casos en que el escritor extrema alguna de las características que también tienen otros textos de este tipo, y ese hecho es percibido por el lector como un factor de diferenciación? Ustedes deciden. 

Continúo hoy la serie "Píldoras literarias" con el relato titulado Cien, de José María Merino (1941), narrador, poeta, y ensayista español. Miembro de la Real Academia Española desde 2008. Pese a sus inicios poéticos, José Mª Merino ha cultivado principalmente la prosa: libros y artículos de viajes, ensayos literarios, crítica, novelas, novelas juveniles y cuentos, género este último del que se ha convertido en uno de sus más significados valedores. Junto a los también leoneses Luis Mateo Díez y Juan Pedro Aparicio ha recuperado la costumbre del filandón (reuniones nocturnas en las que se contaban cuentos y leyendas mientras se hilaba o se hacían otros trabajos), típica de León, aunque modernizada mediante la lectura de cuentos brevísimos de los propios autores.

Su relato, incluido en la obra Dos veces bueno, de Raúl Brasca, tiene veinticuatro palabras y dice así: 

CIEN 

Al despertar, Augusto Monterroso 
se había convertido en un dinosaurio. “Te noto mala cara”, le dijo Gregorio Samsa, que también estaba en la cocina.***





Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt
HArendt
Entrada núm. 2876elblogdeharendt@gmail.comLa verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)