Pildoritas de cine para un domingo electoral

Publicado el 22 mayo 2011 por Manuelmarquez
* Esta entrada fue publicada originariamente en mi antiguo blog —El (viejo) glob de Manuel—, y bajo la etiqueta "Grageas de cine", el 4 de febrero de 2006.-
- Comienza a girar el carrusel: ya es inminente (su inauguración se producirá dentro de sólo cuatro días) la llegada del primero de los festivales de categoría A, el de Berlín, y, como era de esperar -si tenemos en cuenta que, este año, Ventura Pons no tiene película pendiente de estreno...-, no habrá presencia española en ninguna de sus secciones. No es buena noticia esta para el cine español -una más, que se acumula a las pobres estadísticas de ingresos comerciales durante el pasado año; la no selección de Obaba entre las cinco nominadas al Oscar a mejor película de habla no inglesa; o el escaso eco, en cuanto a audiencia televisiva, de la reciente gala de los Goya-, pero, como diría aquel, es lo que hay, y no sé si cabría esperar algo más, o diferente, teniendo en cuenta todo lo antedicho. En cualquier caso, parece que no viene a suponer sino la confirmación de una tendencia que lleva a que el único vehículo competitivo de máximo nivel que le termina quedando a nuestros films es el del festival de San Sebastián, con lo que ello implica, tanto para las películas en sí -demora de su lanzamiento- como para el propio festival -que corre un serio peligro de sufrir un menoscabo en su grado de internacionalización-. Mal asunto, me temo.
- Está claro que una iniciativa como la de los Razzies, esos anti-Oscars, o contra-Oscars -o llamémosle como queramos-, no podía dejar de tener una acogida mimética muy calurosa en este nuestro país, tan dado a (y amante de) todo aquello que suponga "jugar a la contra". De esa forma, aquí tenemos, para responder a los Goya -ésos de los que tanto y tanto se ha hablado a lo largo de esta semana, que me disculparán que me exima de insistir en el tema más allá de lo que ya lo he hecho (algo que, por otro lado, no estaría nada bonito, si tenemos en cuenta que ni ví la ceremonia ni la práctica totalidad de películas nominadas)-, y a falta de unos, dos premios a lo peor de lo peor de nuestra cinematografía (y mundos adyacentes): los Godoy y los Yoga. Sobre estos últimos -acerca de los cuales (para información más amplia) les remito, a través de un enlace, a la excelente reseña publicada en su blog por mi compañero Spaulding-, y, más concretamente, sobre uno de sus premios, quería detenerme en esta nota. Se trata del Yoga Horror Amarillo que el colectivo Catacric concede a todo el cine de terror asiático. Más allá de lo merecido, o no, del premio (algo que, siendo siempre enormemente difícil de apreciar, quizá lo sea mucho más en este caso...), me ha hecho recapacitar acerca de la enorme presencia -en términos relativos, claro está- del cine asiático, y no sólo de terror, en nuestras carteleras de unos años a esta parte, y en la entusiasta acogida que viene recibiendo de una buena parte de la crítica más "en la onda" (supongo que me entienden, amigos lectores, cuando uso esa expresión: en caso afirmativo, les rogaría me lo explicaran, ya que no termino de tenerlo demasiado claro). No seré yo quien niegue lo innegable: estamos ante un cine que, en general, desprende una gran creatividad, mucha fuerza visual y una idiosincrasia narrativa muy propias, pero a mí hay algo que no me termina de encandilar, y creo que películas como Oldboy, o Hierro 3 -por nombrar dos de las más celebradas, y que he visto recientemente-, no pueden ser aclamadas como obras maestras, por más deslumbrantes u originales que puedan resultar algunos de sus hallazgos (el final de esta última sí que me dejó francamente atónito). Tiempo y ocasión habrá de hablar más en detalle de ellas, pero quede aquí este apunte ¿para una polémica? Es turno para su opinión.
- A uno le gustaría, así, en general, poder afrontar la visión de cada película como un acontecimiento primigenio -sin referencias, sin precedentes, sin nada que enturbie la apreciación que vayas a lograr de ella sobre la base de su mera visión-. Pero eso, como decía aquel famoso fílósofo -¿o era un torero...?-, no puede ser porque no puede ser, y además, es imposible. En cualquier caso, es una pretensión que se ve más acentuada aún, si cabe, cuando la película que uno se dispone a ver, se trata de uno de esos títulos legendarios, sobre los cuales pesa una carga de historia que llega a hacerse mucho más onerosa que la que la propia significación del film, desde un punto de vista estrictamente cinematográfico, pudiera alcanzar. Me pasaba recientemente con El nacimiento de una nación (The birth of a nation; U.S.A., 1915), de D.W. Griffith; evidentemente, comparada con los grandes clásicos de decadas después, no alcanza, en absoluto, su mismo nivel de grandeza, pero la sensación que se experimenta constatando cómo en esos aún balbuceantes primeros pasos está empezando a cobrar cuajo buena parte de lo que constituirá el sustrato básico del lenguaje narrativo del cine convencional, supongo que debe ser muy similar a la que un amante del arte pictórico puede sentir ante la contemplación de las pinturas rupestres de Altamira: nada que ver, obviamente, en términos de calidad, con lo que ha venido después (ahí están, por ejemplo las obras de Botticelli, Rembrandt, Van Gogh o Miró, entre tantos y tantos maestros), pero, ¿cómo no sentir un cierto estremecimiento, un cierto pálpito de que algo grande pasa ante nuestros ojos? Si no la conocen, hagan la prueba; no lo tomen como un ejercicio de cinefilia autoflagelatoria, y déjense llevar, disfruten...
- Una semana más, castigado sin películas... Pero no está bonito ser rencoroso, ¿no creen? Tengan feliz semana, amigos lectores.
* Grageas de cine IV.- * Antecedentes penales-El (viejo) glob de Manuel XI.-