Nadie pretende cuestionar la promoción de otra manera de aplicar un avance tecnológico en general funcional al afán por revolucionar la industria del entretenimiento audiovisual. Por lo pronto, después de asistir a los anticipos (de The amazing Spiderman, de Don Gato y su pandilla, de Glee la película entre otras producciones), los cinéfilos agradecemos el precedente cinematográfico que sienta el talentoso realizador alemán.
Dicho esto, ¿hasta qué punto vale agregar la sigla 3D a un nombre con mérito propio? ¿Por qué no respetar la decisión original de titular Pina a secas, Pina: baila, baila o estamos perdidos, o en última instancia Pina: un film de danza en 3D (donde la tecnología califica a la película y no a la persona)?
¿Cuánto aporta la pantalla tridimensional al arte que parió la fallecida coréografa Bausch, que hoy renuevan los bailarines de su compañía, y que Wenders recrea con total sentido de la estética y de la emotividad? ¿Cuánto habríamos perdido si el tributo hubiera sido en 2D?
El trabajo de Wim es recomendable por donde se lo mire. De hecho, además de las cualidades narrativas y técnicas, cabe destacar la modestia del director que -en contra de ciertas tendencias ególatras- evita compartir protagonismo con la homenajeada y/o convertirse en biógrafo subido a un pedestal. Como bien anuncia la introducción, ésta es una obra colectiva donde -nos enteramos a medida que avanza la película- cada bailarín expresa su gratitud y reconocimiento a una verdadera Maestra.
La envergadura de la trayectoria de Pina dista de caber en la sigla 3D. La constatación no impide celebrar el uso que Wenders hace de la tecnología digital pero, seamos honestos, este documental conservaría las mismas virtudes sin la promocionada y sobrevaluada tridimensionalidad.