En el fondo, nadie nos conoce mejor que nosotros mismos. Pero, aun siendo conscientes de ello, muchas veces nos esforzamos por silenciar nuestros verdaderos pensamientos, engañándonos con excusas que no nos llegamos a creer ni nosotros:
“Ahora no es el momento” “La situación puede cambiar” “Sólo se trata de una mala racha” “Mañana lo veré diferente” “Me quejo de vicio”, etc.Encastarse en aplazar lo que sabemos que es inevitable, sólo puede contribuir a agravar el problema y a prolongar nuestra agonía. Cometemos el error de creer que lo podemos controlar todo y que podemos forzar a nuestra mente a pasar por los tubos que a nuestra voluntad le dé la gana. Pero no contamos con la sabiduría de nuestro cuerpo y con las brutales formas que éste elige para alertarnos de que, de seguir por ese camino, vamos directos hacia el precipicio.El cuerpo es capaz de hablar más alto y más claro que nuestro pensamiento sin necesidad de utilizar el lenguaje. El se expresa a través de síntomas de malestar físico y, si le ignoramos, no duda en pasar a la acción. Es cuando aparece la enfermedad. A veces se trata de dolencias leves, aunque lo suficientemente molestas como para obligarnos a reflexionar y a replantearnos algunas cosas. Otras, en cambio, responde a cuadros de mayor gravedad que acaban obligándonos a cambiar totalmente nuestra forma de entender la vida y de sobrevivirla.¿Es necesario esperar tanto a tomar nuestras propias decisiones para acabar aceptando las que la enfermedad decide tomar por nosotros?¿Tiene algún sentido esperar a que sea nuestra pareja la que nos deje cuando llevamos años deseando perderla de vista?¿Alguien nos obliga a seguir en un puesto de trabajo que nos está amargando la vida para que un día sea nuestro jefe el que nos acabe despidiendo con excusas tan poco creíbles como “falta de actitud” o por no encajar en el perfil que requiere la empresa después de diez, veinte o treinta años de dedicación intachable?Sólo tenemos una vida y, en ella, las decisiones las deberíamos tomar siempre nosotros. Nunca deberíamos cometer la torpeza de cederle nuestro derecho a decidir a monstruos como el miedo, la pereza, la costumbre, la inseguridad o la pérdida de autoestima. Nadie tiene derecho a anular nuestra voluntad, ni a exigirnos cómo se supone que debemos ser o dejar de ser.Cierto es que, muchas veces, nos vemos obligados a aplazar muchas de nuestras decisiones por falta de medios económicos para acometerlas. El dinero es un poderoso recurso cuyo peso no debemos tomarnos a la ligera, pues a la hora de la verdad, es el que acaba decidiendo la inclinación de la balanza. Pero la decisión de aplazar algo que necesitamos, no debemos vivirla como una derrota personal, sino como una inversión de futuro. Decidimos esperar para prepararnos mejor y asegurarnos de estar más fuertes cuando llegue el momento de saltar. De no esperar, nos estaríamos arriesgando a saltar al vacío, sin paracaídas, y eso no sería nada sensato por nuestra parte.Por dura que se nos antoje nuestra vida, siempre hemos de darle la vuelta a las situaciones y aprender a mirarlas desde el ángulo que nos permita sentirnos más optimistas. Cambiar la percepción de nuestras atribuciones, dejando de creer que son los demás los que nos imponen su voluntad o es el destino el que insiste en castigarnos.Si aprendemos a responsabilizarnos plenamente de cada uno de nuestros actos y a entender que cada consecuencia, tanto si es positiva como negativa, viene determinada por cada una de esas decisiones nuestras, siempre nos resultará más fácil dejar de culpar a otros y, lo más importante, dejar de sobrevivir como víctimas para empezar a vivir como lo que realmente somos: aprendices de seres humanos que tienen todo del derecho del mundo a caerse y a equivocarse para seguir creciendo y regalándoles al resto la mejor versión de sí mismos.
La realidad no es más que aquello que decidimos creer de nosotros mismos y del mundo que nos rodea. Abrámonos a creer que podemos ser mejores y que ese mundo nos puede ofrecer cosas maravillosas, porque está poblado por personas increíbles que nos pueden enseñar lo que aún no nos hemos atrevido a aprender y descubrirnos historias que nos podrán abrir muchas nuevas puertas hacia universos que ni imaginamos. No temamos los cambios. Gracias a ellos, seguimos vivos.
Estrella PisaPsicóloga col. 13749