La niña surgió entre las calles del casco viejo como una exhalación. Alrededor, una decena de hombres vieron cómo permitía que un par de lágrimas la venciesen antes de desaparecer en dirección al mercado central. Tras ella, alguien disfrazado de payaso blandía un hacha y acariciaba suavemente la cuchilla. Ante la mirada estupefacta de los viandantes, soltó una débil carcajada y se perdió en el oscuro laberinto de calles que había expulsado a la pequeña.
Días después, la prensa internacional se inundó —en papel, y también en digital— de este tipo de sucesos. Payasos maléficos siembran el caos en una decena de ciudades francesas, podía leerse. Los payasos siniestros se inspiran en los vídeos de DM Pranks. Psicosis con los payasos en Estados Unidos: el escritor Stephen King ha dicho que… La moda de los payasos llega a España con el próximo Gijón Clown.
—Los embajadores de la alegría, la COAI, Clowns of America International, dicen que la culpa de todo esto es de una serie de terror que está de moda —explica un hombre de pelo cano vestido de militar. Su mujer asiente, acariciando suavemente el pelo a la niña de las dos lágrimas.
A continuación, un hombre se acerca a la mesa. Pregunta si la pequeña quiere una figura hecha con globos. La niña pone los ojos como platos, salta de la silla y echa a correr lejos de la escena. Su padre se lleva instintivamente la mano hacia el muslo y grita palabras que mueren contra el laberinto de calles que les rodea.
Una niña de nueve años. Una niña de nueve años sola al atardecer, y problemas. Esta vez, aparecen con el fulgor rojizo del REC de una cámara semiprofesional y muy pocos escrúpulos. En escena, el payaso carga el hacha entre sus manos y camina tras ella; ella emite un grito ahogado y corre. Corre muy rápido, y cuanto más rápido corre la joven, más rápido se mueve el payaso. Cuantos más nervios impregnan las pequeñas calles vacías del centro histórico, más gritos, y más carcajadas, y quejidos, suben por las paredes.
Al pasar de los minutos, la niña encuentra abierta la puerta de un edificio, y se lanza contra el interior. La niña no tiene tiempo de despistar a su perseguidor. La niña ve una máscara que se presenta entre las grietas de la entrada. La niña empuja la puerta resquebrajada con todas sus fuerzas.
Al otro lado, los rizos pelirrojos del payaso golpean la madera creando una armonía rítmica. Encerrada en el portal, busca posibles salidas: el edificio, a medio derruir; el edificio, sin electricidad, ni ascensor; solo un hueco oscuro y un entramado de cables amenazantes; las escaleras apenas son un recuerdo, cuyo único superviviente es un incierto camino hacia el sótano.
Entonces, echa a correr hacia la oscuridad. Mientras, el payaso abre la puerta sumergido en la misma melodía de golpes cadenciosos. Ella mira hacia la puerta: él ya no corre, solo arrastra los pies; los pasos se extienden por el suelo y una espiración entrecortada repta bajo la máscara. Se detiene. Golpea el hacha contra el suelo. No parece muy pesada, ni sólida, pero la joven jamás percibe eso.
Otra figura brota de la oscuridad del sótano un segundo antes de que la niña se lance a la carrera. Otro ser siniestro disfrazado de payaso. Su máscara es todavía más terrorífica: enseña los dientes, y unos grandes colmillos, y, por un instante más, se halla repleta de alguna sustancia que imitaba la sangre y acompañaba la caracterización que completa una motosierra Husqvarna de gasolina.
Aparece también el hombre de la cámara, otro Vértov prostituido al servicio de YouTube. Esta vez, la niña no llora. Solo coge una pequeña Walter PPK 380 del bolsillo de su chaqueta blanca y destroza la cara del payaso del sótano. Tiembla. El primer payaso se detiene, en seco. La imagen se congela, dentro y fuera de la cámara; la niña mira, inexpresiva, y el payaso deja caer el hacha; suena como el plástico, y, a continuación, como el plomo deformándose contra la carne.
El payaso cae al suelo, con una herida en el estómago; la niña corre hacia el exterior, y mira incrédula a ese devoto de un deformado cinéma vérité. La trama avanza, de improviso, con dos golpes más del percutor contra el fulminante. El primero, destroza la mano del Vértov; el segundo, atraviesa limpiamente el esternón.
Una voz dice:
—¿Por qué estos chicos tan dulces tienen que pintarse las sonrisas?