Pío Baroja. “El mundo es ansí. Es verdad. Todo es dureza, todo crueldad, todo egoísmo”.

Por Nesbana

Me siento y leo. Pasan los minutos, sigo leyendo; limpio cuidadosamente mis gafas mientras trato de evitar la luz solar que cansa mi vista y me impide leer. Me tumbo para descansar mi mente. Vuelvo a leer; esta vez en la cama buscando una comodidad que no aparece. Y así una y otra vez, mientras el calor enrarece el ambiente. En realidad, me identifico con el personaje, con el que converso, intercambio sensaciones, idas y venidas. Es Sacha Savarof, cuya vida aparece narrada en El mundo en ansí, novela de Pío Baroja de 1912, de su serie de Las ciudades. Una novela breve, rápida y escrita de forma ágil, al estilo del autor: con párrafos breves y concisos que te hacen saltar de uno a otro asistiendo a descripciones sencillas y claras, necesarias y poco ampulosas –a excepción quizá de las dedicadas a las ciudades, donde el autor se entretiene más–.
A lo largo de estas páginas acompaño a Sacha, una muchacha rusa hija de un aristócrata terrateniente que ve con miedo y desprecio cómo su hija queda prendada de los intentos revolucionarios de 1905; de nuevas ideas que chocan con el mundo que él conoce; de pretensiones –la de estudiar medicina– que no le corresponden a ella como mujer. Sin embargo, el carácter aventurero y extremadamente idealista de Sacha le lleva a romper con su modo de vida para buscar su realización personal en el exterior. Por ello, irá a estudiar a Ginebra donde conoce a bastantes compañeros de ideales rupturistas y, especialmente, a Vera, su contrapunto como personaje femenino en la novela. Pronto, Sacha comenzará a conocer otro tipo de experiencias vitales, alejadas de los conatos transformadores de su patria rusa, y empezará a sentir los sinsabores de la vida. Su primer chico, que acabará siendo su marido, le suscita estas reflexiones:

“Hay indudablemente para la juventud en el horizonte de la vida algo luminoso como una vía Láctea: el amor, la ilusión, la promesa de la felicidad. Al pasar los años, esa misma vía Láctea pierde su brillo y su esplendor y nos parece un camino que no lleva a ninguna parte, una agrupación de necesidades incoherentes que se desarrollan en el vacío sin objeto y sin fin”.

Pero ese idealismo inicial se irá desvaneciendo, dando muestra del pesimismo que inunda la obra barojiana, y caracterizando cada paso que da Sacha fuera de hogar paterno:

“La luna de miel no fue tan extraordinaria como esperaba Sacha. La literatura ha hecho creer a los hombres y a las mujeres que en determinadas circunstancias se desarrollan en ellos fuerzas espirituales que les llevan a las alturas en una felicidad inefable. La palabrería literaria ha dado aire a esta idea, y para justificarla se ha inventado la psicología femenina. Efectivamente; nada mejor para explicar una cosa problemática que inventar otra tan problemática y darla como indiscutible. (…) Sacha, que tenía la mentalidad formada por la literatura, dudaba de su amor. Sacha no quedó complemente ilusionada con la luna de miel; el amor de Ernesto no despertaba en ella las energías extraordinarias que esperaba; quizá Klein no era el hombre para ella, quizá tenía razón Leskoff…”.

Esta obra de Baroja nos deja, además, pasajes muy interesantes: descripciones de ciudades (Florencia, Ginebra, Moscú) y del sentir de los habitantes, caracterizaciones de los pueblos de España, la preocupación por las explicaciones en términos raciales del devenir social, y opiniones diversas sobre la función social del arte. Pero es Sacha la que nos va marcando cada uno de los momentos y cada uno de los personajes, que transitan la novela en torno a ella. Los dos maridos de Sacha, Klein y Velasco, son el magnífico ejemplo de la crisis y del fracaso de su proyecto vital: el desencanto que puebla la novela en una estructura circular, que parte de Rusia para volver a ella, viendo cómo había cambiado todo y cómo los ideales que había defendido en su juventud se habían perdido. Ni siquiera su hija tiene mayor protagonismo en la novela que el de servir para la queja constante de Sacha por los descuidos de su marido; así, su segunda niñera, Graciosa, es símbolo de lo que carece el matrimonio fallido. Por otra parte, Vera es la amiga de la juventud y de los estudios de medicina –que nos remiten al propio Baroja–, y es su personaje contrapuesto: una persona con mentalidad burguesa que, al igual que las mujeres españolas que aparecen descritas, busca únicamente un marido con una gran hacienda y que le proporcione una vida tranquila. Sacha odia todo esto y lo repelará; no obstante, caerá en ello y será presa hasta que su vida sufra la fractura del descontento continuo de su matrimonio:

“Juan ha salido y tarda. Envío a Graciosa a acostarse, y me quedo sola. Una serie de pensamientos tristes me angustian y sobrecogen. Temo en mi vida haberme equivocado otra vez. No he tenido fuerza para luchar con el que se imponía. He sido vencida por él, por Juan, y ahora comienza a mirarme como la presa fácil que no se estima. El mundo es ansí”.

Arcelu es el último hombre en su vida novelada, el hombre que aparece descrito como feo, desgarbado y poco cuidado; que reniega de todo y sufre una suerte de nihilismo absoluto ante el mundo, despreciando a España y despreciando cada una de las mentiras que escribe sobre las bondades del arte en su trabajo como corresponsal. A pesar de ello, es quien acompaña a Sacha en su estancia en Andalucía, quien lía cigarrillos junto a ella mientras habla de asuntos de poca importancia; es aquel que llena las horas vacías que su marido le obliga a sufrir. Y también es quien demuestra lo trágico de la novela, el “que le quería humildemente, desinteresadamente” y que había tratado con “indiferencia y con desdén”. A esta tragedia se añaden otras: Sacha rompe el matrimonio con Velasco por una infidelidad que venía a colmar la desatención y la degradación de todo su romance; vuelve a Rusia donde se encuentra los despojos de unos ideales revolucionarios que todavía no habían triunfado; y más tarde, regresa a Ginebra y se encuentra con un nuevo fracaso: el de su amiga Vera, a quien había tratado con inferioridad por su supuesta falta de principios, y que vive ahora feliz con su marido (quien había cortejado en su día a Sacha). Es una novela de fracaso vital, de decadencia personal que sirve para conocer en otra perspectiva la crisis finisecular de España, de la que Baroja es valedor. Y todo ello se puede resumir en las siguientes palabras que dan título a la novela y que centralizan el pensamiento de Sacha durante gran parte de su vida:

“El mundo es ansí. Es verdad. Todo es dureza, todo crueldad, todo egoísmo. ¡En la vida de la persona menos cruel, cuánta injusticia, cuánta ingratitud!… El mundo es ansí. (…) La vida es esto; crueldad, ingratitud, inconsciencia, desdén de la fuerza por la debilidad, y así son los hombres y las mujeres, y así somos todos. Sí; todo es violencia, todo es crueldad en la vida. ¿Y qué hacer? No se puede abstenerse de vivir, no se puede parar, hay que seguir marchando hasta el final”.