Como sus competidores norteamericanos, esta productora inglesa también lanza títulos infantiles con la mira puesta en los acompañantes mayores. De ahí el tiro por elevación contra una sociedad exitista, obsesionada por premiar a los “número uno” (el film gira en torno a dos concursos: uno distingue al bucanero del año; otro al mejor hallazgo científico). De ahí el protagonismo asignado a dos personajes históricos: Charles Darwin y la reina Victoria.
Algunos argentinos encontramos especialmente graciosa la caricatura que el guión de Gideon Defoe le dedica a la ambiciosa, despiadada y regordeta monarca británica. Coincidencia azarosa, ésta comparte con el rey Juan Carlos de España una malsana debilidad por los animales en extinción.
Los seguidores del sello Aardman reconocemos no sólo su estética sino ciertas decisiones narrativas. La escena donde Su Alteza escapa en globo y el pirata Capitán la sigue aferrado a una amarra se parece mucho a aquélla de Pollitos en fuga donde la malvada Señora Tweedy pende del avión artesanal conducido por las gallinas con ansias de liberación. En ambos casos, la rotura de la cuerda en cuestión resuelve el conflicto y anuncia la cercanía del final.
¡Piratas! Una loca aventura tiene el mérito de seguir siendo una película para niños más allá de los guiños destinados a padres, tíos, abuelos. Aunque suene obvia, la observación es relevante ante una industria que prioriza la billetera del público adulto, y que por lo tanto oscila entre sacarles la última gota de jugo a las historietas y ensayar la explotación de otros recursos nostálgicos como la recuperación cinematográfica de Los Muppets.