En los refugios de montaña nos acostamos cuando el día agota la luz natural y nos levantamos con los bostezos últimos de las estrellas. Esta mañana el cielo está cubierto, a partir de dos mil setecientos metros las nubes se han asentado y parecen no querer moverse. Pero los montañeros estamos aquí para subir más alto, por eso salimos con voluntad y deseo de llegar hasta donde sea posible.
Camino del Casco y de la Torre pasamos por hermosos paisajes que, por ellos mismos, bien merecen un amplio recorrido. Salimos del Refugio de Góriz por un sendero que parte de la zona de los servicios, de inmediato encontramos el primer escollo para superar el barranco de Góriz con su torrente de agua. Unos metros más abajo remansa el río y pasamos al verde prado de la campa que sube hasta alcanzar la repisa que llevaremos un tiempo a nuestra derecha.
La montaña está viva y, como la vida, presenta frecuentes escollos a superar; la montaña es seria pero divertida y propone continuos acertijos y constantes retos para que los montañeros podamos aguzar el ingenio y seguir siempre más allá. Apenas treinta minutos de conversación con la hierba y las rocas, nos permiten continuar y nos muestran un lugar de trepada para subir hasta la Faja Luenga. Estos pasos son divertidos, necesitamos pies y manos para continuar la ascensión, pero son divertidos de superar.
De pronto, cuando todo presagia roca desolada, estamos caminando por una larga y amplia faja de brillante verde salpicado de constante agua. Un arroyo surge entre el verdor, busca su escapada y no encuentra; el arroyo juega y se revuelve contra su mala suerte; el arroyo quiere ser río y aún llegar al mar; curvas y curvas de desconsolada pelea; ¡Por fin encuentra una salida! ¡Ah, en medio de la roca! En medio de la roca caliza ha abierto una enorme brecha y consigue salir del valle que fue su hogar por algún ruidoso escondrijo.
Los montañeros queremos preguntarle hacia dónde se dirige, pero el agua ya ha saltado entre el gozo y el misterio de futuro; futuro para nosotros desconocido, seguramente también para el arroyo que busca eternidad sin límites. Hemos dejado atrás el jugoso y juguetón caudal, seguramente el último punto posible de provisionar las cantimploras de agua; nos acordamos de saludar al monte Tobacor que se esconde entre las nubes a nuestra izquierda y nos fijamos en el Pico Millaris que señorea a nuestra derecha, misterioso entre las nubes.
Una ligera subida nos acerca al Collado de Millaris donde la fantasía tiene su leyenda. Bajo nosotros están los Llanos de Millaris, de gran prosperidad en agua y verdor en otro tiempo. El pastor Palafox, era dueño de estas feraces tierras y su hermoso lago; aquel verano estaba siendo especialmente caluroso, unos pastores llegaron con su rebaño rogando al pastor de nuestra historia que les permitiera compartir su fortuna de agua y alimento. Palafox accedió con buenas palabras, pero su corazón urdía malas artes; en el silencio de la noche los asesinó, felón y alevoso, para quedarse con sus ganados. Cuentan que el lago, enojado de dolor, tiño sus aguas de rojo, tiñó las tierras del color de la sangre; el dolor se extendió tanto que provocó un temblor tan grande que enterró pastor y ovejas, se desbordó el lago, el prado se transformó en roca y un desgarrador grito quebró la tierra en lo que hoy conocemos como Valle de Ordesa.
De lo que sea o no cuento poco sabemos los montañeros esta mañana. Pero dicen que en la noche de San Juan, aún se lamenta el pastor entre las grietas de las peñas. En estos asuntos estamos mientras observamos ante nosotros la Plana de San Ferlús, hermoso valle que se echa monte arriba hasta la cima del Pico Descargador. En el entorno de Góriz (y en todo el Pirineo) son muchas las montañas que no reciben visitas. Las nubes no nos permiten ver las cumbres, nosotros continuamos porque los montañeros somos cabezones.
Por encima del Cuello del Descargador, seguimos senderos, pedregal arriba, acercándonos hacia la muralla protectora del Pico Anónimo; nuevos pasos entre gruesas rocas, entre imaginados senderos, entre la nube baja, entre la hermosura y el misterio. Los montañeros estamos en la boca de la Gruta de Casteret que parece que actualmente ha perdido su apellido de Gruta Helada. Inspeccionamos sin romper la norma de la montaña. Su interior retumba de invisibles murciélagos, de ecos de todos los siglos, de antiguos aquelarres apegados para siempre a sus paredes evocadoras.
Continuamos la marcha. Nos cercan la niebla y las nubes. ¿Continuamos la marcha? Nuestra voluntad al inicio de la mañana era cumbrear el Casco y la Torre. ¿Continuamos?... El regreso fue desandar el camino; los senderos eran repetidos, las sensaciones nuevas.
Javier Agra.