En el salón tengo un acuario de cien litros lleno de peces de color verde fosforescente. Por la noche cantan como jilgueros y no me dejan dormir. Todo comenzó una mañana nada más levantarme. Noté un hormigueo en el estómago y creía que iba a vomitar. Inclinada sobre la taza del váter, vi caer en el agua un pececito de color verde dando un brinco. Abrí los ojos como platos. Uno de mis gatos lo observó con curiosidad desde el lavabo. Con manos temblorosas, cogí una jarra de agua y allí lo deposité. A la mañana siguiente la historia se repitió. Ya había dos peces en la jarra. Nadaban y hacían cabriolas en su pequeño habitáculo. Fui al centro comercial y compré una pecera y comida para peces. El nuevo objeto de cristal con los dos seres acuáticos, una planta de plástico y un par de piedras de adorno dentro quedaba chulo junto a la tele. Mis gatos y yo lo mirábamos intrigados. Por la noche, a eso de las cuatro y media, algo hizo que me despertara. Era como un trinar de pájaros en primavera y procedía del salón. Al entrar, vi que los peces brillaban en la oscuridad y cantaban como si fueran jilgueros mientras se frotaban entre sí. Se me ocurrió que podría ser algún ritual de apareamiento. Permanecí embobada toda la noche contemplándolos, hasta que al amanecer un nuevo hormigueo me hizo vomitar un tercer pez, esta vez directamente en la pecera. Así han pasado los días, a un pez cantarín por día. Tuve que ir comprando peceras cada vez más grandes, porque los peces comenzaron a reproducirse, hasta que encargué por internet el tanque de cien litros y un saco de diez kilos de comida para los cientos de seres fosforescentes. Hasta me vi obligada a quitar el sofá para hacer sitio al enorme acuario. Mis vecinos han empezado a quejarse por el estruendo nocturno y me han amenazado con ponerme una denuncia por montar un negocio ilegal de cría de pájaros. Duermo de día y me paso la noche dando de comer a los peces y limpiando el tanque que los contiene. Hasta ahora no ha muerto ninguno. Y sigo vomitando uno cada mañana. Mis gatos, que al principio los miraban con curiosidad, en cuanto comienzan los trinos se asustan y se esconden bajo mi cama. No lo soporto más.
Miro a los cientos de peces que nadan apretujados en el tanque, cantando y reproduciéndose. Miro a mis gatos. Y me pregunto si los peces serán comestibles…