Pitarra Restaurant.- “Tants caps, tants barrets”

Por Cultibar

Es la Barcelona del cap i pota, de la burguesía catalana, de los canelones y del catalán normalizado. Es la Barcelona del s. XIX en las cuatro paredes de un restaurante del Gótico - medalla de oro de la ciudad al mérito cívico- que rinde homenaje no por casualidad a una de las figuras del teatro catalán. En este número 56 de la calle Avinyó -calle con nombre de connotaciones picasianas y mujeres divertidas- ejerció de relojero durante años un intelectual de nombre Frederic Soler (Barcelona, 1839-1895). Allí en su tienda daba cuerdas a relojes y en su trastienda empezó a escribir algunas de las páginas más gloriosas del teatro en catalán. Fundador también del Teatro Romea, Pitarra -pseudónimo con el que fue conocido-, recibió y trató, creó para la posteridad y murió con todos los reconocimientos posibles, premios y obras que pueden contemplarse ahora en las paredes de las que fue su casa, ahora el restaurante Pitarra por obra y gracias de una familia de hosteleros. Los Roig ejercen en cocina, sala y gestión, prolongado con platos la magia cultural que el dramaturgo legó.

Dirección: Avinyó, 56
Precio medio: Menú mediodía, 14€. Calamares salteados con pimientos del Padrón, 15€; creps de setas y jamón de pato, 10€; 1/2 cazuela de gambas al ajillo, 13€; zarzuela de pescado y marisco, 29€; cabrito asado con patatas y champiñones, 20€.
Imprescindible: Entrar y adaptarse. Bacalao con surtido de verduras braseadas y allioli, y lo que venga. Posterior tour de la mano de Jaume para experiencia completa.
Horario: De 13.00 a 16.00h y de 20.00 a 23.00h. Cerrado domingo y festivos noche.
Web: Restaurant Pitarra

Según Cultibar

Es trasladarse en el tiempo sin salir de la ciudad. Puedes imaginarte llegando con sombrero y barba poblada (quizá no sea tan raro ahora), con traje y reloj de cuerda. Sentarte y saber cómo atendían al huésped los restaurantes bien de la ciudad. Mirar la carta y recorrer años de historia gastronómica con productos de la tierra. Dejarte acompañar por un hilo musical en catalán y disfrutar en boca de los placeres de la tierra que el Roig cocinero (Marc) lleva trasladando a las cocinas del Pitarra desde 1987, desde que dejó las del Princesa Sofía y siguió a su hermano Jaume que ya trabajaba en el restaurante. Porque Pitarra es restaurante desde 1890, cinco años antes de la muerte del poeta, contándose entre los diez más antiguos de la ciudad.

Y así lo encontramos ahora gracias a la labor de esta familia de entusiastas del poeta. Han acondicionado el que fue su despacho y rebotica para salones privados y han ido coleccionando todo el material sobre el dramaturgo para presentar un verdadero museo. Se distribuye éste en los comedores privados del restaurante, esos que alojaron y alojan reuniones de país. Aquí, por ejemplo, se reunieron Antoni Gutiérrez Díaz, Jordi Pujol o Gregorio López Raimundo para planificar el regreso de Tarradellas en 1974.

Es historia de la Cataluña contemporánea, historia escrita día a día a base de creps de setas con jamón, zarzuelas, perdices estofadas o salmón ahumado elaborado en ahumador propio. Es perderte entre relojes y habitas salteadas con cebolla, jamón ibérico y gambas, cazuelitas de gambas al ajillo y perejil o steak tartar al gusto. Encontrarte mirando por ese ventanal infinito de la calle Avinyó con cualquier forma de bacalao entre cubiertos. Es mar y montaña. Es Pitarra.

Ya sabes dónde estás y el camarero, tras el "cigaló", trae la cuenta. Toca pagar y lo harás a la catalana. Tantos somos, tanto pagamos. O, como dejó escrito el propio Pitarra, "tants caps, tants barrets". Sí, es bueno, y es catalán.

La experiencia Cultibar

Encontramos acomodo en una sala que respira historias. Los privados de reuniones secretas, madera y lámparas bajas que atesora Pitarra merecen celebraciones ulteriores. Una selección acurada de relojes históricos cuelgan de las paredes para que sepamos dónde y cuándo estamos. Descubrimos en los camareros, siempre de negro, el servicio deseado. Intuyen al cliente, llevándolo en volandas hasta el éxito culinario mediante sugerencias y temporadas.

Entre turistas que saben dónde están y mucho administrativo público con ganas de comer bien a mediodía nos dejamos llevar como gourmets ansiosos. Y viajamos y tocamos el suelo entre platos y productos amalgamados pero no confundidos. Bacalao, múrgolas y verduras braseadas. Marc y Jaume salen al final. El primero nos ilustra gastronómicamente; el segundo, culturalmente. El café se tomó tras el tour al museo. Salimos y redescubrimos Barcelona.

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