Besos largos y húmedos con sabor a despedida y a nostalgia...
Katty cruzó las calles del centro de Madrid en dirección a su casa caminando junto al extranjero del lado oscuro y los secretos de Estado, hasta que la sed invadió cada una de las fibras de su cuerpo. EL BESO INTERMINABLE
-Vamos a tomar algo, por favor, le pidió . Estoy muerta de sed.
-No bebo alcohol y no me gustan los bares. Será mejor que compres una botella de agua, si no puedes aguantar hasta que llegues a tu casa, le contestó él, indiferente.
Entraron en un bar y, ante la negativa de su acompañante a quedarse tomando algo en el local, Katty pidió una botella de agua en la barra. Tardó unos minutos en encontrar unas monedas sueltas en el fondo de su bolso y se sorprendió de que el brasileño no hiciera el más mínimo amago de invitarla, pese a tanto dinero como presumía tener. EL CABALLERO MISTERIOSO Salieron de nuevo al exterior. Andando y andando abandonaron las calles estrechas y bulliciosas y alcanzaron una de las avenidas principales de la ciudad, donde las voces de la multitud se trocaron por el ruido del tráfico. Coches y coches que pasaban a gran velocidad, mientras ellos permanecían entregados al paseo y a su silencio. Por fin, se adentraron en el barrio de clase alta donde se encuentra el apartamento de Katty, con sus calles limpias, sus fachadas restauradas y sus jardines cuidados con esmero.
Cansada de caminar sobre sus altos tacones, ella se sentó en un banco y el hombre aprovechó para arrancar una rosa roja de un parterre y entregársela con un gesto tierno.Katty le dio las gracias con su encantadora sonrisa ancha, y él le tendió su mano invitándola a que se levantara. Lo hizo a su pesar, porque sentía los pies destrozados, y siguieron andando hasta alcanzar el portal de su casa. Con la mirada penetrante de sus ojos negros, Paulo le rogó que lo invitara a subir, pero no se lo pidió con palabras. Volvieron a besarse, besos largos y húmedos con sabor a despedida y a nostalgia. El brasileño le dejó el número de su teléfono móvil y no se marchó hasta escuchar de sus labios la promesa de que lo llamaría.
Katty no pudo conciliar el sueño en aquella madrugada precedida de besos y secretos. Se levantó una y mil veces de la cama. Tenía mucha sed, una sed que no se calmaba por más agua que bebiera, y los interrogantes sobre aquel desconocido planeaban por su mente como un enjambre de abejas inquietas. La rosa roja que cortó para ella permanecía encima de la mesilla de noche, y se dispuso a ponerla en remojo. Apenas tenía tallo, así que la depositó en un vaso ancho de cristal lleno de agua. Tuvo la sensación de que la flor abrió sus pétalos aún más, cual labios que quisieran hablar, y la miró fijamente mientras flotaba con la elegancia de un cisne en el líquido elemento. Percibió entonces cómo la bella rosa roja le habló del tiempo que se fue para nunca volver, de las oportunidades perdidas, de los placeres rechazados, de los miedos etéreos y de las falsas moralinas que ponen piedras en el camino de la felicidad. Estuvo tentada de coger el teléfono móvil y marcar el número que él le dejó grabado, pero las voces de su raciocinio volvieron a impedírselo. En esta ocasión, rogándole con insistencia que pensara serenamente en la enigmática naturaleza del extranjero.
Miró sus pies rojos e hinchados y se percató de las muchas horas transcurridas andando sin parar, de la negativa del hombre a entrar en ningún bar y del poco tiempo que había aguantado sentado en alguno de los bancos que se cruzaron durante el largo caminar. Su mente quedó impregnada de la inquietud del desconocido; de su estado de nerviosismo en los cortos ratos en que ella consiguió detener el paseo para reposar sus pies cansados; y del deambular constante de su mirada a un lado y otro de la calle, como si se sintiera perseguido o tuviera miedo de que alguien lo descubriera…
El resto de la noche transcurrió entre vueltas y más vueltas de un extremo a otro de la cama, intentando dar un respiro a su corazón cansado de latir con tanta fuerza, a sus ojos que parecían no querer cerrarse, a su cuerpo tembloroso y a sus pies machacados. No lo consiguió y, cuando el sol estaba ya en lo alto del cielo azul, se levantó de la cama y se preparó un café bien cargado. No pudo terminarlo porque la sensación de querer vomitar se apoderó de sus entrañas. Tuvo nauseas, unas nauseas familiares, como las que sintió en los primeros meses de su embarazo. Se vio junto al padre de su hijo en aquellos días de la dulce espera, y se preguntó por el tiempo que se fue para no volver nunca del que le habló la rosa. Se recriminó el hecho de que un recuerdo bonito de aquel hombre que posteriormente la hiciera sufrir tanto pudiera aparecer en sus pensamientos mezclado con la añoranza del extranjero del lado oscuro y los secretos de Estado. Quiso que las voces de su interior le dijeran cuándo y cómo dejaría de sufrir por los hombres, y obtuvo la misma respuesta que le daba su amiga Wynie Smith cuando ella le hacía idéntica pregunta: ocurrirá el día que dejen de importante tanto...