El tío Evaristo murió una madrugada de invierno, mientras la lluvia golpeaba con estrépito los tejados del pueblo. Consumido por el tabaquismo y la demencia, su última voluntad fue que le lloraran hasta que el sol secara las calles de aquel lugar donde naciera y viviera noventa años. Tiempo le dio en vida para amasar una considerable fortuna, de la que se guardó muy mucho de exhibir. Congregados en torno a su lecho la viuda, hijos, nietos y otros tantos familiares, comenzaron a cumplir su deseo, no fuera a ser que les sobrevinieran males mayores. Uno tras otro, rompieron a llorar desconsolados, componiendo una sinfonía desajustada. Los llantos se podían oír en la lejanía, más allá de los límites del pueblo.Acudieron al duelo no menos de cincuenta plañideras para reforzar los vagidos y aquella estancia se convirtió en un coro de lamentaciones nunca visto. Lloraron día y noche, compungidas, con el agua fluyendo sin tregua por los arrabales. Se establecieron turnos donde el pueblo entero participó interesadamente en los quejidos. Aquel drama parecía no tener fin. Cuando cesaron las lluvias, al cabo de varios meses, el muerto estaba pútrido y su familia había dilapidado la herencia con las plañideras.* Finalista del II Certamen literario 'La Redonda Te cuenta'