Cada vez que pisa la amarillenta arena de la costa, su alma da un profundo respiro y se relaja. Otra vez ha corrido hacia el mismo lugar, al lugar que considera suyo. En su opinión, aquella no es la playa más linda que ha visto, pero sigue siendo su favorita porque ella siempre puede confiar en su capacidad para tranquilizarla y brindarle un sitio de reflexión y paz. Ese lugar nunca la juzgaría, nunca la defraudaría... tuvo ese pensamiento, y rompió en llanto. -¡¿Me vas a fallar?! ¡Dime ya, para largarme y no volver nunca más! -gritó ella, buscando forzar su voz hasta el límite. Detrás de aquella explosión, se escondía una profunda tristeza. Cada vez se oía más alto el sonido de los pasos de una persona preocupada. Aperece, entonces, una figura masculina ante la joven. -¡¿Estás loca?! ¿Por qué saliste corriendo de ese modo? -preguntó, todavía agitado por la carrera, pero no recibe ninguna respuesta. La mira fijamente, buscando incomodarla lo suficiente como para que ella le devolviese la mirada. No estaba obteniendo resultados positivos, pero entonces escuchó una frágil voz que decía: -¿Llegará el día en que esta playa ya no esté para mí?, ¿el día en que ya no me consuele? Me siento muy apegada a este lugar, y cada vez que vengo estoy segura de que me está esperando para relajarme; pero una vez llego aquí, no puedo evitar sentirme insegura y pensar que algún día podría perder esto. Entonces, comienzo a arrepentirme de haberle tomado tanto cariño a un lugar como este -expresa ella. -No es posible que este lugar desaparezca -repone él-. Es del mar de quien estamos hablando. -No me refiero a eso, idiota -el joven es interrumpido bruscamente-. Quiero decir que no puedo saber si este lugar cambiará, si cuando no estoy es nublado y gris, si enormes peligros se esconden en él, si las agradables brisas que brinda son presagio de un desastre natural... son tantas las razones para preocuparme. -¿Por qué sigues viniendo, entonces? -Es irremplazable -responde la joven, sin dudarlo ni por un instante-. Me cautiva de una manera inexplicable. Él no pudo evitar sonreír. No porque el comentario haya sido gracioso, sino porque cuando vio de reojo a la razón de su inestabilidad emocional, se dio cuenta de que lo que ella sentía por el mar, el lo sentía por ella... esa inseguridad que provoca una perturbante preocupación. Todo debido a un encanto único, que atrae cada célula de su organismo hacia lo que representa todo aquello que siempre quiso encontrar en alguien. Sin embargo, todo intento de arrepentirse y regresar hubiese sido en vano: él se había lanzado al mar hace mucho tiempo, y ya no había manera de regresar a tierra firme. Después de haber comparado a su amor con el mar, soltó una pregunta: -¿Estarías más feliz si no tuvieras que preocuparte por nada de eso? Ella bajó la mirada hacia sus pies, ya hundidos por completo en la arena, y expresó una sonrisa tímida. -Lo dudo mucho. Él rodeó sus hombros con su brazo izquierdo, y dijo para sí mismo: -Yo también. -¿Puedes repetirlo? No logré escucharte. -Que no vuelvas a salir corriendo como si te estuviese persiguiendo un asesino.