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Preparé la valija regodeándome por anticipado: la lectura, el sol en la piel, el tacto de manos varoniles untando el bronceador… y cuando, por fin, pisé la tibia arena, comprendí por qué la fama precedía a Playa Cronos.
Disfruté de los placeres que horas antes habían sido ensueño; el aire salobre limpió mis pulmones y el sol derramó sus lánguidos dorados sobre mí.
La noche trajo el rumor del mar, moteado de risas y de luces. Mi mano parecía hecha para la mano de él. Me acarició la mejilla, apartó mis cabellos y acercó mi cara a la suya. En ese momento, justo antes del beso, Cronos dio vuelta el reloj.
Texto: Mariángeles Abelli Bonardi