Lejos de típicas arquitecturas abarrotadas de edificios de apartamentos y hoteles, las líneas cercanas al paseo marítimo están ocupadas por pequeños chalets individuales. Se rompe la estampa al llegar al casco antiguo con pequeñas calles empedradas y angostos pasadizos que unen castillo y murallas.
Poco después, con la brisa a favor y el atardecer en el horizonte llegamos al elegante puerto marítimo decorado por sus fastuosos yates y medianas embarcaciones y salpicado de delicados restaurantes.
Un aviso para mis multicolores compañeros alados: los restaurantes no ofrecen menú para murciélagos, y a eso de las diez de la noche la simpatía no desborda si intentas buscar una mesa. Así que intentad reservar o tendréis que cenar en la cueva.
En la noche Sitges saca todos sus colores para brindarnos trepidantes bailes a ritmo de zumbas, bachatas, samba y electrolatino, no busquéis cosas más sofisticadas, 100% diversión garantizada.