Plaza de toros vieja, Tarazona

Por Jaumep


Extramuros, casi en la ribera del río Queiles, a la derecha del puente que comunica la ciudad con la catedral, encontramos la plaza de toros vieja de Tarazona. Este edificio es una pieza curiosa dentro de la evolución de las plazas de toros españolas hasta la actual tipología circular, rodeada de gradas jerarquizadas por el sol y por la posición de las puertas, que convierten un espacio que, teóricamente, debería regirse por un juego de simetrías especulares en un tipo arquitectónico violentamente asimétrico, interesante a la hora de pensar cómo se encajan programas complejos y vibrantes dentro de estructuras formales muy rígidas.

Un rasgo característico de las plazas de toros actuales es que sólo sirven para la fiesta, sin poder reciclar el edificio en nada más. Su ocupación es todavía más baja que la de los estadios de fútbol, y eso las convierte en edificios carísimos, completamente inútiles cuando no están abiertos. La mayoría de ellas fueron construidas en una posición marginal en las ciudades y éstas, creciendo, las han ido integrando mal que bien, creando conflictos urbanísticos a su alrededor. Zaragoza, Soria, Tarragona, Oviedo, Olot, Ronda, Tudela, incluso la propia plaza de toros nueva de Tarazona, serían buenos ejemplos de ello.

La evolución de las plazas de toros marca buena parte del urbanismo español de los siglos XV o XVI, que es casi como decir des de que los españoles cristianos pueden consolidar sus ciudades una vez expulsada la religión musulmana (no los musulmanes: la mayoría eran conversos, ahora forzados a volver a su religión de origen, valorando la explicación de Umberto Eco sobre los herejes, nunca libres de escoger sus herejías).

Las corridas de toros empiezan a realizarse en plazas aprovechadas precariamente a base de barreras provisionales, inseguras, mal acondicionadas. El segundo paso consistirá en el aprovechamiento de los ensanches de los pueblos para construir plazas (plazas de pueblo, con sus equipamientos, viviendas, comercios, iglesias) condicionadas expresamente para la fiesta: esto afecta fundamentalmente una serie de aspectos que irán evolucionando lentamente a lo largo del tiempo, dando, por el camino, algunos de los episodios más emocionantes de toda la arquitectura española. Como ejemplo recordar las plazas mayores de Madrid, Salamanca o Tudela, que empiezan siendo plazas de toros. Incluso hay estudios autógrafos de Juan de Villanueva sobre la disposición de público en las ventanas de la Plaza Mayor de Madrid. El tercer paso serán las plazas de toros exentas, construidas expresamente para la fiesta, sin otra finalidad que proporcionarle un buen marco de cuadro. La primera de ellas (y, quizá, todavía la más bella en toda España) será la de Ronda.



Chinchón, plaza de toros que condiciona la estructura del pueblo

El primer rasgo que condiciona las plazas de toros son los accesos. Por un lado, garantizar la llegada de los toros a la plaza sin que maten a nadie por el camino (bestias realmente cabreadas que pesan más de media tonelada), ni se cuelen a ninguna vivienda o taller. Calles estrechas, bien pavimentadas, de paredes bajas con oberturas estrechas y levantadas.

También se tenía que posibilitar la llegada de las autoridades y de los toreros, solemne y ceremonial.

El segundo rasgo es la propia configuración de la planta baja de la plaza: zócalos poderosos de piedra, oberturas muy pequeñas, casi inexistentes. A veces el mobiliario urbano se configurará a base de piedras fijas que servirán para el montaje de los burladeros, sólo existentes cuando hay corrida.

El tercer rasgo es relativo a las viviendas que dan a la plaza. Ellas están muy condicionadas por el hecho que se convierten en miradores naturales los días de corrida. En muchos lugares se desarrollan unas enormes terrazas, nunca en voladizo, soportadas por estructuras de madera o piedra muy trabajadas, que se venden con la servitud de ocupación los días en que el público lo requiera. Esta manera de mezclar equipamiento con propiedad privada y vivienda es una de las características más interesantes de este tipo de plazas. Posteriormente las viviendas quedarán servidas por unas escaleras exentas que facilitarán mucho la vida a los habitantes de las casas, que las podrán cerrar completamente independizándolas de las terrazas.

La imaginación desplegada en la organización de estas plazas es casi infinita: soportales que son gradas, porches en los pisos superiores, iglesias circuitables, patios de armas reconvertidos…

Tarazona es especial. De una manera casi contemporánea, aparecen dos tipos opuestos de plazas de toros. La primera de ellas es la plaza de toros exenta, especializada. Ronda es el modelo, inagurada durante el último tercio del siglo XVIII. La segunda es la plaza de toros entendida como plaza de viviendas de nueva construcción, con el espacio central especializado en las corridas. El modelo canónico (más o menos contemporáneo a Ronda) será la bellísima plaza de la Carolina, en Jaén, de un neoclásico purísimo extraordinariamente elegante, en la línea del propuesto por Juan de Villanueva en Madrid. Esta plaza ha quedado, actualmente, gravísimamente alterada por el hecho que, después de ser abandonada como plaza de toros, quedase partida en dos por una carretera. El modelo dará una serie de plazas muy interesantes, la primera de ellas en Almadén, de planta hexagonal. La segunda será Tarazona, de planta octogonal.



la Carolina


Almadén


Tarazona

El proyecto agrupa unas decenas de viviendas que se miran las unas a las otras, y cierra completamente su perímetro. El acceso al interior se realizará mediante cuatro túneles enfrentados dos a dos, cosa que no se repetirá en muchas plazas más.

La presidencia queda fijada en su posición por el sol, a un lado de las cuatro puertas, y es el único lado del polígono diferente: más alto, con las arcadas más trabajadas y toda una curiosidad: la más próxima al suelo de todas ellas, en el primer piso, presenta las columnas cortadas y colgadas sobre el vacío.

La tipología de las viviendas es pasante, y mi ignorancia sobre usos y costumbres de las viviendas de los siglos XVIII y XIX me impide aventurar nada sobre cómo se vivía allí. De todos modos, la visita a la plaza da una idea de la dureza que significa mirar constantemente a tus vecinos. Esta perspectiva es totalmente contemporánea, y puede que ni tan sólo sea válida actualmente: muchas calles (entre ellas las del propio Eixample de Barcelona) son más estrechas que el diámetro de la plaza, espacio digno y de visuales largas. Esta plaza es contemporánea a la construcción de las corralas que caracterizan muchas ciudades españolas, como Madrid, Sevilla o Huelva, que conozca, viviendas muy pintorescas pero totalmente insalubres, en muchos casos.

Otra característica que acerca la plaza a las corralas es la de los balcones de acceso perimetrales a lo largo de todo el espacio interior, aunque no sean circuitables en el caso de Tarazona y sí en las corralas, para ahorro de circulaciones verticales. Tarazona las tiene muy complejas, difíciles de estudiar porque las plantas que conozco son las de estado actual y no las de proyecto.

La planta baja de la plaza sigue el modelo ya ensayado en otras plazas precedentes: casi ciega, con las puertas de acceso a las escaleras pequeñas, y ventanas cuadradas y altas. Desconozco cuál era el pavimento original, pero la lógica me hace desconfiar de los adoquines actuales por toda la plaza, inapropiados para el toreo. Al restaurarla se han recuperado los elementos de piedra que sujetaban los burladeros, ahora incorporados al mobiliario urbano.

Los tres pisos superiores se caracterizan por unas potentes aradas corridas que enfajan todos los posos. Curiosamente, la composición se cierra en el piso superior, donde las arcadas se doblan y pesan más. Esta composición será (complementada con los juegos par-impar)una de las bases del modernismo catalán, aunque la influencia no venga directamente de la plaza. Sí podría beber ésta de la misma fuente: Tarazona es una ciudad con buenos ejemplos de mudéjar, estilo estudiadísimo por los arquitectos catalanes (y que sí presenta interesantes juegos compositivos par-impar), sobretodo en conocidos viajes de estudios a Teruel.

Actualmente la plaza está restaurada. Pero, con la restauración se han perdido algunos rasgos muy importantes de su carácter. Se perdió para el toreo con la construcción, hacia 1970, de la plaza nueva, y fue abandonada. El proceso de degradación de la plaza, pero, había empezado mucho antes, en alguna época indeterminada. El primer hecho clave es la pérdida de la servitud del público sobre los balcones de las viviendas. A partir de entonces se instalarán gradas desmontables de madera, reduciendo considerablemente el espacio de ruedo y dificultando mucho el espectáculo. La segunda derivada de esto es que las arcadas fueron cegadas con muros de ladrillo sobre los que se abrieron ventanas cuadradas convencionales, para ganar superficie de vivienda y densificar el conjunto. Esta operación fue hecha con una cierta sensibilidad, porque estas paredes de ladrillo jugaban con la estructura existente, del mismo material, y se revocaron y pintaron del mismo color, dando un alzado rico y complejo realizado con una total economía de medios.

En algún momento la plaza tuvo árboles, que habían crecido hasta más arriba de su altura. Se perdieron, probablemente, junto con la servitud de los balcones, porque en las fotos de los años veinte (colgadas en bares locales que visité) aparecían, mientras que en las fotos tomadas en los últimos setenta o los ochenta no. Esto plantea la interesante cuestión del toreo en plazas “con obstáculos”, ahora perdido, habitual durante siglos. Probablemente se ha toreado más tiempo en plazas con obstáculos que en plazas que no los tengan.

En aquella época, la plaza no era un edificio exento. Uno de sus lados se adosaba a la edificación (que la encerraba perimetralmente, excepto por una gran obertura, en línea con una de sus puertas, que daba al río). Desconozco si se planteó así des del inicio, pero parece probable que así fuera. La clave podría recaer en la posición de los toriles, ahora perdidos. Toda plaza de toros necesita de un poderoso anexo bien asoleado donde alojar a los toros hasta el momento de la corrida. En Tarazona podrían haber estado en la parte oeste de la plaza, adosados a ella. Si se mira atentamente la fotografía de la plaza vista des de arriba (tomada casi al lado de la iglesia de Tarazona, en un balcón precioso sobre el río), se aprecia que las edificaciones que la envuelven por el oeste son todas nuevas.

La restauración ha obviado este tema, trabajando (o alterando) el edificio hasta dejarlo completamente circuitable, en un acto que podría ser de justicia o ficción histórica (y parece más probable lo segundo que lo primerio, aunque debería ser preguntado a los autores de la propuesta). No se ha logrado, pero, devolver las viviendas a su superficie original, probablemente a casusa de su redensifiación. Se ha pavimentado el conjunto con adoquines. El resultado final consiste en una especie de pacto entre el aspecto que tenía la plaza en sus mejores épocas y su adaptación posterior como lugar denso, que sirve a un gran número de viviendas.

El terreno de la plaza no es plano. Queda situado a la ribera del río, y sube hasta la catedral. Tanto el edificio como la propia plaza (el ruedo, vaya), se han adaptado sin alterarlo, en un gesto muy respetuoso que hacía que, obviamente, hubiese que torear en pendiente. La importancia de la plaza queda manifiesta por el hecho que la estrenase el legendario Curro “Cúchares”, uno de los toreros más importantes de principios del XIX. Actualmente parece necesaria una tabula rasa, immaculada, para cualquier tipo de espectáculo, y la existencia de esta plaza desmiente que siempre haya sido así: era un equipamiento de primer nivel adaptado al terreno sin estridencias, que se ha podido reciclar perfectamente y tiene, ahora, tanta vida como al principio, más de un siglo después de su obertura.

El complejo se cubría de manera brillante, eficaz, con teja árabe.

Toda una lección de arquitectura en su sencillez, eficacia, historia y presente.