Plovdiv. 'Capital' de Bulgaria

Publicado el 14 febrero 2014 por Squadraeterna @squadraeterna

El 8 de febrero de 1966 cambió la historia del fútbol búlgaro. Puede sonar radical y para muchos de vosotros hasta un poco exagerado, para un servidor es así. Aquel día en Plovdiv nació una de las mejores zurdas que ha dado el planeta del balón. Su nombre era Hristo y se apellidaba Stoichkov.
Dos años después de la llegada del que con el tiempo se convertiría en el mejor futbolista de la historia del país, la selección de Bulgaria lograría la medalla de plata en los juegos olímpicos de México. Hasta entonces dos participaciones de ocho posibles en mundiales de fútbol, todas sin mejores resultados que la mera clasificación. Nada de esto cambiaría hasta que Hristo apareció.


Manol Manolov y Johan Cruyff. Dos nombres que marcarían la carrera del ‘ocho’, del ‘8cho’ que titula su polémica autobiografía. El primero confíó en un joven jugador que por aquel entonces militaba en el Zhevros Jarmanli previo paso por el Maritza, su actuación en dos clubes humildes hicieron que el técnico del CSKA de Sofía llamara a la puerta de Stoichkov. Desde que esta se abrió nada sería igual. Con él se empezaron a escribir nuevas líneas, una novela que tuvo su explosión en 1994. El Mundial de 1994, el Mundial de “La banda no organizada”.
Bulgaria había estado cinco veces en mundiales y nunca había ganado ningún partido, como mucho empates. Nuestro objetivo era ir para al menos ganar un partido, ser los primeros búlgaros en ganar un partido en un Mundial. Éramos tontos de cojones
(Hristo Stoickov)
La historia de los ‘Los Luovete’  se resumía en contadas apariciones por campeonatos que poco más que servían de vacaciones. Con Hristo Stoichkov y su banda el panorama fue diferente. Una selección donde dominaba la anarquía por encima del control, donde cada futbolista jugaba su partido sin pensar en la pizarra. Y es que la selección dirigida desde el banco por Dimitar Penev no desplegó un fútbol que se recordará, tampoco contaba con figuras de renombre, ni siquiera el cuadro en el que quedó emparejada invitaba a ser demasiado positivo. USA 94. Bulgaria era el invitado y tocaba disfrutar. Lejos de la realidad, Bulgaria resultaría ser un invitado de lujo.
Mihailov, Houbchev, Tzvetanov, Ivanov, Yankov, Balakov, Lechkov, Sirakov, Iliev, Kiryakov, Yordanov, Andonov, Kostadinov… y Hristo Stoichkov. A ellos sumar a Luboslav Penev, una de las figuras del plantel que por enfermedad no pudo acudir al sueño americano. Estos nombres, para la mayoría desconocidos y sin repercusión, fueron capaces de acudir a la cita del verano del 94 gracias a unos de los días más importantes de la historia del fútbol búlgaro. Corría la tarde del 17 de noviembre de 1993, pocos de los presentes la olvidarán.
En París, en el Parque de los Príncipes y frente al combinado galo, una selección francesa comandada por Cantona, dirigida desde el banco por Houllier y con el equipo de moda, el Olympique de Marsella campeón de Europa. Junto al técnico y al jugador del Manchester United, nombres como Blanc, Desailly, Papin, Ginola o Deschamps, a ellos podemos sumar a Pedrós, Lizarazu, Petit, Sauzée, Roche, Angloma o el guardameta Bernard Lama. En definitiva, un equipo sólido, con más y mejores nombres, más hecho y con futbolistas de nivel, algunos cinco años más tarde tocarían el cielo en su Mundial. Pero esa tarde de noviembre los de Penev lograrían un billete tan brillante como inesperado. Bulgaria con dos tantos de Emil Kostadinov, el último en la prórroga, daban la vuelta al gol de Cantona y firmaban el momento de más éxtasis del fútbol búlgaro. Nadie esperaba que meses más tarde las líneas que empezaron a escribir terminarían siendo superadas. Histórico. Como aquel equipo.
Tres años antes, el ‘8cho’ lograba con el CSKA de Sofía la Bota de Oro, 61 tantos en poco más de 55 partidos. Talento, velocidad, descaro y una dosis de energía, egoísmo y carácter. Ese que hizo del búlgaro un futbolista tan querido en sus equipos como odiado por las aficiones rivales. Su calidad y habilidad no pasaron desapercibidos en Europa, algunos de los clubes más prestigiosos del viejo continente intentaron convencer al del CSKA de Sofía, no hubo éxito para equipos como Milan o PSG. Hristo Stoichkov se decantó por Barcelona, por aquel Barça de Cruyff que años más tarde se convertiría en unos de los mejores equipos de la historia del balón. El holandés no dudo en sacar de Bulgaria al futbolista que le anotó aquel golazo en tierras catalanas y dos en Sofía, todo en la antigua Recopa, desde entonces Johan estudió a un futbolista tan brillante como polémico. El fútbol ganó y la operación se cerró.

Años más tarde, como contaba, aquella Bulgaria era mundialista, ese mismo curso, el de 1994, el futbolista de Plovdiv era reconocido como el mejor de Europa, un Balón de Oro labrado con sudor y mucho fútbol. Todo el que atesoraba esa genial pierna izquierda.
No sé si el Barça entonces tenía complejos, sé que llegué yo y no tuvo más
La cita en Estados Unidos estaba marcada en rojo no sólo en todo el país, en especial Stoichkov sabía de la importancia del acontecimiento. Podía ser su único Mundial, nadie sabía si con 32 años llegaría al próximo, el de Francia en 1998. No defraudó. Su actuación sería recordada.
Bulgaria quedó emparejada en un grupo, el D, con la Argentina de Ruggeri, Batistuta, Caniggia, Redondo, Simeone y Diego Armando Maradona. Una Nigeria en crecimiento; Rufai, Oliseh, Amokachi, Finidi, Mutiu, Yekini, Amunike, West u Okocha y la selección más débil de las cuatro, la cenicienta griega dirigida por Alkis Panagoulias.
El primer duelo frente a la futura campeona olímpica en Atlanta se saldó con una contundente derrota. Tres tantos a cero, los africanos se encargaron de dañar a la débil defensa búlgara. Desde el pitido final, toda Bulgaria sabía que sólo quedaba la heroica. Grecia, otra debutante como Nigeria sería el segundo obstáculo en el sueño de los de Penev, esta vez los dos tantos de Stoichkov junto a los de Borimirov y Lechkov firmaban la victoria. Todo o nada y Argentina de rival, difícil empresa. El duelo entre el ‘diez’ celeste y el ‘8cho’ búlgaro no fue tal, y es que Maradona abandonó aquel Mundial por la puerta de atrás, positivo y expulsión del campeonato. Un duro golpe del que Hristo supo sacar tajada, gol del zurdo, el primero y al que siguió la sentencia de Sirakov.
Tras consumar la clasificación, ‘La banda de Stoichkov’ se cruzó en octavos con el combinado mexicano, subcampeona de América y con una sobresaliente delantera, Luis García y Hugo Sánchez eran los pilares de un plantel que contaba en sus filas con el peculiar guardameta Jorge Campos. Stoichkov sumó un gol más en su currículum mundialista y tras el empate final, los once metros decidieron que la suerte viajaba al país europeo. Bulgaria estaba en cuartos de final.
 
Después de ganar a Argentina y a México ya nos daba igual todo. Nosotros estábamos en la piscina, jugando a las cartas, cervecitas, salchichas, patatas fritas, dando el festival... como siempre. Ahí fue cuando Johan Cruyff dijo que éramos el mejor equipo, pero una banda no organizada
 (Hristo Stoickov)
Nueva York esperaba otra tarde mágica. La Alemania de Berti Vogts, actual campeona y favorita al cetro final. El Balón de Oro primero y Lechkov más tarde culminaron la remontada al gol alemán. Illgner, un joven Kahn, Helmer, Haessler, Matthaus, Sammer, Voller o Klinsmann vieron como Bulgaria estaba en semifinales. El fútbol puede ser precioso y Bulgaria estaba conociendo la mejor cara del mismo.
Tan sólo Roberto Baggio, por muchas cosas posiblemente el hombre del Mundial, hizo inútil el gol de Stoichkov, el sexto en la cuenta del búlgaro (máximo artillero junto con Oleg Salenko) y certificó el pase a la final para unos y el tercer y cuarto puesto para otros. Partido a la postre sin historia y en el que la Suecia de Brolin, Kennet Andersson y un joven Henrik Larsson pasó por encima del combinado búlgaro. Un cuatro a cero que no mancharía el campeonato de Bulgaria. Eran historia y debían recordarla.
Porque hoy día ninguna generación del país del Este ha conseguido acercarse a lo logrado por un plantel que nos hizo sonreír. Jóvenes que nos iniciábamos en esto del fútbol descubrimos lo bonito que podía llegar a ser todo lo que rodeaba al balón. Un país que se paraba para seguir las hazañas del combinado dirigido por Dimitar Penev y en el que un futbolista hacía las delicias del público. Allí descubrí a Hristo Stoichkov, el zurdo de Plovdiv que un 8 de febrero de 1966 nació para cambiar la historia del fútbol en Bulgaria. El ‘8cho’, aquel Balón de Oro de 1994.
 
VÍDEOS RECOMENDADOS (Por órden cronológico):
1-  Francia 1-2 Bulgaria (1993):


2-  Bulgaria 2-0 Argentina (USA 94):

3-  Bulgaria 1-1 (2-4) México (USA 94):

4-  Bulgaria 2-1 Alemania (USA 94):

4-  Hristo Stoichkov:


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