POBRE DE AQUEL QUE MIRE y VEA CLARO
Es cierto que habitamos tiempos sombríos. En muchos aspectos, por supuesto: qué decir de organismos transnacionales, de tratados de libre comercio, de tráfico de personas, de cierres de fronteras, de vallas con concertinas, de recortes en sanidad, en educación, de etcétera, etcétera, etcétera. Y entre esa niebla espesa, deambulando quizás a tientas, como aprendiendo a caminar entre lo oscuro, la poesía. No en vano, decía Pierre Bourdieu que en la nueva manera de hacer política que está por inventar, los poetas deben tener un papel insustituible, pues deben ser los encargados de dar fuerza simbólica a través del arte a las consecuencias, todavía invisibles, pero científicamente previsibles, de las medidas políticas inspiradas en el neoliberalismo. Y de momento, dadas las condiciones de oscuridad, la poesía (o al menos parte de ella) sólo puede conseguir lo que Bourdieu pronosticaba aprendiendo a moverse en las tinieblas, como los espectros, cuyas huellas (recordemos) nunca se borran. Pues al fin y al cabo, el mejor lugar para ver quién o qué deambula bajo los potentes focos del poder es un espacio externo, donde las luces todavía permanecen apagadas, por voluntad propia o ajena, es indiferente, pero apagadas. Así, la poesía (esa fracción de la poesía) no grita ni arma escándalo, no hace ruido ni aspavientos, más bien susurra, que hoy en día es lo mismo que decir que no tiene espacios televisivos propios, que no ocupa debates en medios de masas, que no se expone en las cristaleras de las grandes superficies, que no aparece en grandes vallas publicitarias en las avenidas de las ciudades, y ese tipo de cosas. Donde el mundo avanza y se reproduce sin poesía, muy probablemente, esta aprende a ofrecerse como poesía sin mundo. Esto es: poesía que no participa de esa manera concreta de funcionamiento del mundo, que huye de los cauces simbólicos de expresión habituales, que reniega del lenguaje del poder, pero no del poder del lenguaje. Y entonces, consciente de sus posibilidades y desde la tranquilidad de saberse invisible, asesta el golpe (simbólico, por supuesto), es decir, se ofrece a empujar (también simbólicamente, o no).
La selección de Alberto García-Teresa en Disidentes transita estos siempre afilados bordes de la discrepancia, acogiéndose a ese presupuesto guevariano de sentir en lo más hondo toda injusticia cometida contra cualquiera en cualquier parte del mundo. Esta es la antología que recoge, como bien queda señalado en las breves palabras preliminares, todas las voces que de manera central, constante o bien e tramos amplios de su trayectoria, han hecho en su práctica poética del verso una expresión de disidencia y de antagonismo, es decir, una crítica a la estructura socioeconómica, política y cultural actual. Ochenta escritores que han entendido la poesía como espacio de confrontación, de denuncia, de respiración, de indagación en la construcción de lo real y en la consciencia colectiva, de escape y que también, a la vez, han intentado (y conseguido en mucho casos) abrir miras hacia un horizonte que, con Galeano (y junto a tantos otros), sirve para caminar: “Pues / saber que no sucederá / no interrumpe el deseo / lo espolea”, dice un poema del antologado Méndez Rubio.Disidentes no hace Canon, al menos no en mayúsculas. Disidentes ensancha los márgenes y señala a quienes los habitan junto a ella, como diciendo aquí estamos y aquí nos vamos a quedar, desde aquí hablamos y desde aquí vamos a seguir hablando, como revelando, con Olalla Castro Hernández, que “Fuimos brujas. Amantes. Compañeras. / Y ardimos juntas, mientras ellos temblaban”, como asegurando, con Ángel Petisme, “Mirad, es imposible cambiarnos con el cañón de un tanque”, como recordando, con David González, que “Mi otro abuelo / estuvo preso en Oviedo. / En la cárcel provincial. / Después de la guerra”, como asegurando, con Paz Cornejo, que “Hay un lugar donde circunvalación / sustituye a horizonte, / donde se amasa tiempo / en transportes públicos”, como preguntándonos, con Antonio Orihuela, “Cómo se puede pensar en el futuro si es de los bancos, / en el presente si es de los políticos, / en el pasado si es de los criminales” o como llegando a la certeza, con Riechmann, de que “Hacemos / como que no pasa / nada, y lo que está pasando / es la demolición / del mundo” (137). Entretejida, esta red de discursos reclama un detalle que a veces es olvidado: la voluntad crítica en poesía no se manifiesta siguiendo una opción estética determinada (realista, por así decir el pensamiento prototípico en este sentido), sino de formas muy diferentes: no es análoga la poética de Isabel Pérez Montalbán a la de Arturo Borra, la de Gsús Bonilla a la de María Ángeles Maeso, la de Begoña Abad a las de Juan Carlos Mestre o Jesús Ge. No. Y es que, al fin y al cabo, como dijera Enrique Falcón (también antologado), “Un poema político no tiene por qué ser “transparente. / No es necesariamente en lo transparente donde siempre acaece una comunicación. / No siempre en lo ya conocido se producen los encuentros. / Y no necesariamente en la claridad, el abrazo y la protesta”.Disidentes es la antología de la resistencia frente a un orden social injusto que expulsa de su funcionamiento todo discurso que choca frontalmente, e incluso tangencialmente, con sus presupuestos, la antología que reclama nuevas poéticas y nuevas políticas, en definitiva, la antología de unos tiempos sombríos en que no hay peor noticia que mirar el mundo y verlo claro.