Llevamos prácticamente tres años sumidos en un marasmo tras otro de todos tipos, pero especialmente económicos. Una crisis financiera de dimensiones mundiales, que parece que quisiera devorarnos a todos. Ya no es el momento de evocar sus orígenes (las hipotecas subprime, la avaricia insaciable de una ingeniería financiera especulativa, y así para adelante). Ya se ha hablado mucho de ello, y empieza a sonar a lloros sobre la leche derramada. Inútil, aparte de patético. Aprendamos las lecciones, corrijamos los errores, y sigamos hacia adelante.
Olli Rehn, Comisario de Economía de la UE
(Fuente: ueenmexico)
Uno de los efectos que más directamente nos afecta es que la crisis ha puesto de manifiesto que las costuras de la Unión Europea no tenían más que un par de pespuntes mal rematados para ir tirando, pero son incapaces de aguantar un viento fuerte. Por las costuras se nos está rompiendo lo que con tanto esfuerzo e ilusión hemos intentado construir los europeos en el último medio siglo.
Seguramente hemos cometido el pecado de pensar que Europa como realidad geográfica e incluso histórica se puede convertir en realidad política y económica solamente con buena voluntad. Hace falta bastante más. Hace falta coser y recoser las costuras, unificar un buen número de criterios y definir (y hacer cumplir) las disciplinas necesarias para que esas costuras no deban someterse a esfuerzos para los que no están preparadas.
En estos días en que nos desayunamos continuamente con nuevas noticias nefastas, conviene no perder (del todo) la calma. Oía este jueves al comisario de Economía de la UE (Olli Rehn), un hombre gris de pelo cano y gafas de alumno aplicado, leer y contar la multitud de desgracias que todavía nos quedan por conocer y resistir. Una nueva recesión, un crecimiento que ni se consolida ni se desarrolla, incluso en los países más avanzados (o más ricos), unos niveles de paro que tenderán (todavía) a empeorar, etc. etc. Una retahíla de plagas bíblicas por las que tendremos que discurrir sin perder la vida en el intento y, a ser posible, sin perder tampoco la ilusión en un proyecto como el europeo, que debe ser un empeño comunitario y permanente.
Parece claro que la v. 1.0 de la integración europea está haciendo aguas. Y ello pone de manifiesto los múltiples errores cometidos en el desarrollo de la Unión Europea y de la Eurozona. Pero ello no nos debe impedir abordar el desarrollo de una v. 2.0 de la Unión, con muchas e importantes lecciones ya aprendidas.
Uno de los peligros en los que podemos caer en estos tiempos es el desaliento y, sobre todo, el pensar que todo es igual. Muchos (y, a menudo, de forma interesada) tienden a poner en el mismo saco a Grecia, Italia o España (Portugal e Irlanda ya están lamiéndose las heridas en su rincón, intentando recuperar el aliento). O, para el caso, situar a Francia y Alemania en otra División, casi en otra Liga.
Autovía en España. Un ejemplo de que a lo mejor somos
pobres, pero siempre modernos.
(Fuente: noticias.coches)
Y es que uno de los errores más graves que se han cometido en la construcción europea es pensar que la multiculturalidad es un concepto universal y abstracto que autoriza cualquier estrambote. Y eso NO es así. En el entorno europeo, la cultura propia de cada país (o, para el caso, de cada región) es lo que protagonizan los ciudadanos por encima de una infraestructura organizativa básica, que garantice el funcionamiento de todos los elementos básicos de cohesión y modernidad. No debemos aceptar nunca que, por ejemplo, el fraude fiscal sea culturalmente tradicional en algunos países, o que la corrupción política sea consustancial a ciertas culturas.
Si no aceptamos esos argumentos resignados no por eso cambiará la realidad. Pero sí cambiará nuestra actitud para enfrentarnos a ella.
Y es que con la tragedia griega que estamos viviendo estas últimas semanas, se han desvelado muchos detalles de la organización interna de ese país, que resultan sorprendentes y excéntricos, a la par que inaceptables. Y no digo que inaceptables en las actuales condiciones de crisis económica, sino inviables en cualesquiera condiciones de contorno, para que Grecia se pueda considerar un país europeo y moderno. Además, no puedo creerme que ese tipo de ineficiencias crónicas hayan podido pasar inadvertidas a las legiones de funcionarios comunitarios que han tenido que analizar y diagnosticar su grado de integración. Cuando se desvelan datos tan inquietantes como los que estamos conociendo estos días, no podemos pensar otra cosa que ha habido negligencia en los políticos comunitarios, que han vuelto la vista a otro lado, musitando eso que parece tan avanzado y moderno de si es que su cultura es así.
El que viva en una casa en medio del campo, sin vecinos a la vista, podrá cometer algunos excesos sin trascendencia; poner la música a mil decibelios, o abandonar la fachada o el jardín a su propia suerte. El cómo haga las cosas sólo le afectará a sí mismo. Pero si se vive en Comunidad, con vecinos en la puerta de al lado o en el piso de arriba, o de abajo, hay que respetar unas normas básicas de convivencia. Hay que sufragar los gastos de la Comunidad de forma proporcional y justa. La dejadez de un vecino nunca debe impactar en la calidad de vida que persiga el resto.
Me han llegado últimamente informaciones no contrastadas, pero procedentes de personas en quienes confío, que hablan de cosas tan sorprendentes en la realidad griega cotidiana como que la Administración Pública podría mantener todos sus servicios con un tercio de los funcionarios existentes; que muchos profesionales (como los peluqueros, debido a los efectos nocivos de los tintes) tienen reconocida una jubilación temprana a los cincuenta y pocos años; como que los maquinistas ferroviarios perciban sueldos de 130K€, o que el pasaporte griego fuera manuscrito hasta hace muy poquitos años.
Uno de los ejemplos de la avanzada Administración
Electrónica que tiene España.
(Fuente: javipas)
Parece que muchas cosas se han venido haciendo rematadamente mal en la administración del país heleno, que, visto lo visto, para nada puede considerarse moderna. Y eso no tendría mayor impacto que la devaluación recurrente del dracma (o, más correctamente dicho, de la dracma) y una persistente pobreza de la mayoría de ciudadanos griegos en sus intercambios con el resto del mundo; con su pan se lo tendrían que comer, si no fuera porque Grecia forma parte de la Unión Europea y de la Eurozona.
Pero que funcionarios (y políticos) europeos hayan pasado por alto tantas ineficiencias, y que estas sólo hayan salido a la superficie cuando a la manta comunitaria ya no le sobran bordes para ocultar todo lo que no esté en perfecto estado de revista, sugiere otro tipo de corruptelas o intereses ocultos. Si la entrada de Grecia en el Euro (como ya ha dicho Sarkozy) fue un error, ¿quién estaba tan terriblemente interesado en que los griegos manejaran el Euro como para pasar por alto tantos defectos?. Como ya es tradición en las novelas detectivescas, cuando se persigue la aclaración de un crimen hay dos líneas fundamentales de investigación, que los franceses resumen como: cherchez la femme ou cherchez l'argent. Implícitamente, se reconoce que tras cualquier comportamiento absurdo, inesperado o estrambótico, hay que buscar una causa mayor (el sexo o el interés; una simplificación, pero muy interesante). ¿Quién ha salido beneficiado de que Grecia entrara en el Euro?. Bueno, a algunas empresas alemanas no les ha ido mal, aunque sólo sea por los múltiples vehículos alemanes de gama alta que se han vendido en Grecia; o a los suministradores de armamento militar, para quienes Grecia ha sido un gran cliente.
Ahora tenemos que evitar la generalización de los males, la resignada aceptación de que todo es igual o de que esto es así y no hay nada que hacer. Y, por supuesto, debemos rechazar las explicaciones ligadas a la inevitabilidad de las cosas en base a la cultura imperante en determinados países.
Para que el proyecto de la Unión Europea no se nos vaya a pique, es imprescindible que todos le demos la máxima prioridad a ser modernos. Y con ello entiendo el desarrollo de las infraestructuras básicas del país y de la eficiencia de las Administraciones Públicas, para superar unos niveles mínimos. Sólo siendo modernos nos ganamos el derecho a serlo a nuestra manera.
Si miramos el caso de España, convendrá tener en cuenta los esfuerzos importantes que se han realizado en las últimas décadas en muchos campos: las infraestructuras básicas (autovías, ferrocarriles, aeropuertos,...), la modernidad de la Administración (la extensión de la llamada Administración electrónica en España creo que es un ejemplo a seguir), y así muchas cosas. Desde este punto de vista, somos modernos.
La red española de ferrocarril de alta Velocidad es la
envidia de muchos países.
(Fuente: TD&T)
Por supuesto que hay muchas ineficiencias a corregir (en España como en la mayoría de países de la UE). Hay que revisar la fiscalidad para que sea más justa; y hay que revisar su aplicación, para eliminar (o, por lo menos, reducir drásticamente) el fraude fiscal. Hay que trabajar para eliminar las ineficiencias de la administración, debidas fundamentalmente a la persistente existencia de demasiados niveles de administración, con competencias solapadas o duplicadas. Pero nuestro sistema de administración pública es moderno. Sólo que su desarrollo ha provocado importantes ineficiencias, que hay que corregir cuanto antes. Pero eso no invalida los principios, ni el diseño.
Está claro que España y los españoles somos más pobres que los ciudadanos de (algunos) otros países europeos. Es evidente (cifras cantan) que el salario mínimo en España es la mitad del francés, o que el salario medio en España es inferior al de Alemania. Pero se puede ser pobre con dignidad, y eso no tiene por qué afectar a la estructura plurinacional de la Unión Europea, que debe construirse con la seguridad de ser capaz de convivir con esos hechos. Una UE bien construida y disciplinada debe ser capaz de contribuir a ir mitigando esa pobreza relativa con el tiempo. Pero nunca seremos alemanes, un decir.
Lucas Papademos, cuyo gobierno tiene tres meses
frenéticos por delante, hasta las elecciones.
(Fuente: eitb)
Porque la Unión Europea en ningún caso puede basarse en el objetivo de que todos los europeos seamos alemanes. O, para el caso, de que todos seamos griegos. Para entenderlo con claridad, no hay más que mirar a nuestro propio país, y a sus 17 Comunidades Autónomas. Tenemos un Madrid, una Catalunya y un País Vasco. Y tenemos una Andalucía, una Extremadura y una Comunidad Valenciana. Y así hasta 17. Ningún proyecto de futuro puede basarse en que España sea un país en que todos seamos catalanes, o todos seamos andaluces, riojanos o murcianos. Pero todos tenemos que ser modernos, y con eso nos ganaremos el derecho a serlo a nuestra propia manera. Podremos convivir con el hecho de ser más ricos o más pobres que el vecino, siempre que existan unas reglas claras que se cumplan. El desarrollo o el progreso tiene su propios colores y matices en cada lugar. Pero todos debemos ser modernos, aunque sea a nuestra propia manera.
La actual crisis de la deuda soberana, de la Zona euro y de la UE en su conjunto solamente ha puesto en evidencia los vicios ocultos (o no tanto) de la construcción; pero no pone en entredicho el proyecto, sino solamente la forma en que se ha desarrollado. Hay que corregir muchas cosas y hasta quizá, en algunos casos, no quede más remedio que la amputación. Pero el Proyecto de la UE debe seguir adelante. Con muchas lecciones aprendidas, por supuesto.
Y en esta tesitura, a los españoles nos toca reconocer y aceptar que somos más pobres que otros europeos. No debemos dejar de luchar para que eso sea cada vez menos verdad, pero no valen los atajos. Estamos j..... como la mayoría de europeos. Pero somos modernos.
Hay vicios en la construcción de nuestro sistema económico, pero que se pueden corregir. Buena parte del progreso recayó durante muchos años en una burbuja inmobiliaria que no era sostenible en el tiempo. Durante muchos años, España creaba uno de cada dos empleos que se creaban en la UE. Tras estallar la burbuja, nos ha tocado el drama de crear un parado de cada dos creados en la UE, y de tener que convivir con unas cifras absolutamente abominables de desempleo. Y, detrás de las cifras, están los muchísimos dramas personales y familiares. La sociedad (todos nosotros) tenemos que contribuir a ayudar a capear estas circunstancias extremadamente negativas.
Los subsidios (como el de desempleo) contribuyen a eso. Pero hay que tener muy claro que no resuelven ningún problema, sino que solamente ayudan a capear temporalmente sus efectos negativos. Ayudan a combatir los síntomas de la enfermedad, pero no la erradican. De ninguna forma podemos caer en la ensoñación melancólica de quedarnos mirando de brazos cruzados las grietas que han aparecido en el edificio. Si no se remedia, una grieta acaba abatiendo el edificio entero.
Mario Monti, muy probable sustituto de Berlusconi.
(Fuente: biografiasyvidas)
Al edificio que hemos podido construir en las últimas décadas (al que a menudo se conoce como el Estado del Bienestar) le han salido grietas, es verdad. Hay cimentaciones mal hechas y muros poco sólidos. Pero preservar el edificio debe ser el objetivo. No podemos aceptar que ese edificio se nos venga abajo, con la esperanza o la insensata idea de que ya construiremos otro. No tenemos tiempo para eso.
A cuenta de la crisis hemos visto caer ya muchos gobiernos. Los dos últimos, en Grecia e Italia. Los nuevos presidentes de los respectivos gobiernos (según todos los indicios) serán Lucas Papadelos en Grecia (ya confirmado) y Mario Monti en Italia. Ninguno de los dos ha pasado por las urnas, los dos tienen unos pocos meses hasta que se realicen elecciones generales, y los dos pertenecen a la Comisión Trilateral, de tintes inequívocamente neoliberales. Tienen poco tiempo, pero sospecho que las hachas afiladas.
A ocho días de unas Elecciones Generales en España que serán muy trascendentales, nos toca asistir con estupor a las manifestaciones de las diversas fuerzas y líderes políticos. Alguna derecha parece aceptar (incluso con alborozo) que no sólo la construcción del edificio ha tenido errores (que habrá que corregir) sino que su propio diseño es equivocado. Cierta izquierda parecería que su único objetivo sea esconder las grietas (para que no las vea el vecino). Pero eso no resuelve nada, ni ataja las causas por las que las grietas se han producido. Algunos otros parecen preferir el órdago a la grande (íntimamente tranquilizados de que las circunstancias jamás les permitirán tener que enfrentarse a la responsabilidad de hacer frente a su Apocalipsis predicado).
Hemos visto a Zapatero inmolarse políticamente, a base de ser un alumno aplicado de la UE. Seguramente, tenemos que agradecerle que hoy no estemos como Grecia o Italia.
Es bueno que todos hagamos el ejercicio de reconocernos pobres (al menos, más que otros europeos); de aprender a convivir con la realidad de que estamos j......, y lo seguiremos estando durante una buena temporada; pero, al mismo tiempo, con la íntima satisfacción de saber que somos modernos. Tenemos que saber que hemos construido un edificio correctamente diseñado, pero que presenta grietas y humedades aquí y allá. Pongámonos todos el mono de trabajo para aplicar yeso por aquí, cemento rápido por allí; una tela asfáltica para evitar las filtraciones y renovar algunas tejas para que no haya goteras.
Pero de esta crisis profundísima tenemos que salir todos (los ciudadanos europeos) juntos. No podemos aceptar dejar atrás grandes masas de excluidos sociales, si podemos evitarlo. Y no existe un camino de salida que se base en que algunos floten en el mar sobre los cadáveres hundidos de los demás. Pero, no lo olvidemos, España hemos conseguido entre todos que sea un país moderno. Durante años pensamos que modernos y ricos. Ahora sabemos que sólo modernos, pero ya es mucho. Con grietas y humedades, pero España es un país moderno.
A otros que no aprendieron a ser modernos antes que ricos, les esperan tiempos más arduos. Y no se puede descartar que les toque llevar adelante sus exigentes deberes en un relativo aislamiento.
Sólo consiguiendo ser modernos se gana el derecho de serlo a su propia manera. La multiculturalidad se manifiesta en el mobiliario; pero los cimientos y las paredes exigen un rigor común.
JMBA