Pocos son los elegidos (leyendas del mundial - y iii)

Publicado el 18 agosto 2010 por Alfonso


El 11 de julio de 2010 se iba a grabar en la copa de la FIFA un nombre inédito: Nederland o España; un país nuevo que sumar a los siete que en las dieciocho ocasiones anteriores sabían lo que era la gloria y máxima locura del fútbol. Pasado el tiempo, y calmados los ánimos, es hora de rendir homenaje a uno de los 23 deportistas que hicieron posible la gesta, y cerrar, sin dolor (¡quién sabe dónde andará dentro de cuatro años!), esta sección. Cualquiera de ellos pudo ser el escogido, máxime cuando sus nombres todavía se corean desde las gradas y su leyendas están inconclusas, pero la reflexión hizo que fuese el mago Iniesta. Quizá la entrada sea más extensa que las de Varela, Zoff, Beckenbauer, Jairzinho, R. Charlton, Ardiles o Zidane: cuestión de orgullo. Mil disculpas.
Iniesta (España)
Llegaba la selección española a South Africa con el marchamo de candidata a alzar el trofeo, y por una vez se lo había ganado merecidamente, en el campo, donde se demuestra la grandeza del juego, donde se había coronado campeona de Europa en 2008, desplegando un juego de toque y precisión que hacía disfrutar a seguidores y contrarios. Pero el torneo no iba a ser un camino de rosas: debutaría con un tropiezo por la mínima ante el equipo de la Confœderatio Helvetica, lo que llevó a la prensa a criticar la preparación programada por Vicente del Bosque, la convocatoria de jugadores en baja forma (Iniesta, Torres) o la falta de concentración de su guardameta y capitán, Casillas. Sin grandes alardes, pero resolutiva, pudo afrontar la fase final gracias a vencer a los combinados de Honduras y Chile. Luego portugueses y paraguayos perdieron por sendos 1 a 0. Deustchland sucumbió en semifinales por idéntico resultado gracias a un espectacular y preciso remate de cabeza del central Carles Puyol. España, que se negaba a renunciar a su juego, a controlar y mimar al impredecible Jabulani, que le faltaba definición y mordiente, había llegado a la final. Un sueño. largamente esperado. Enfrente se alinearía una intratable selección oranje, capaz de deshacerse de la eterna favorita, Brasil, en cuartos, y relegar a Uruguay, con un Diego Forlán en plena forma (fue elegido mejor jugador del campeonato), a jugar una final de consolación que perdería. Además contaban los holandeses con doble experiencia finalistas: las de 1974 y 1978; ambas las había perdido, sí, pero ante los anfitriones.
En el Soccer City Stadium pronto se cumplieron los anuncios de la esposa de Howard Webb, el árbitro inglés encargado de dirigir el encuentro, que advirtió que no sabía cómo podía poner orden en el campo si en casa no conseguía que sus hijos le hicieran caso. No había terminado la primera jugada cuando los holandeses ya mostraron el temple de sus tacos. Trascurría el tiempo, las patadas eran más y algunas tan espectaculares como la que recibió en el pecho Xabi Alonso del impotente De Jong. Acabado el tiempo reglamentario con cero a cero, la prórroga parecía un mero trámite para llegar a esas series de disparos que se invento un mal día un periodista gaditano, cuando Heitinga, reincidente en el juego sucio, fue expulsado. Ocho minutos después, un balón que recogía en defensa Navas y combinaba con Cesc y el Niño Torres (los tres jugadores que saltaron del banquillo para refrescar el partido), la controlaba Iniesta y la dejaba botar en el pico del área pequeña para sacar un disparo seco y cruzado que el guante de Stekelenburg sólo pudo rozar. Era el minuto 116 de juego. Y entonces sucedió, no el gol, que ya había sido validado, sino la carrera del artífice que cosería la estrella de cinco puntas a la zamarra española. Corría enloquecido a dejarse abrazar por sus compañeros cuando se desprendió de la camiseta, y mostró otra, interior, blanca, sin mangas, en la que había escrito: “Dani Jarque siempre con nosotros”. Era un homenaje al capitán del Español de Barcelona, el equipo vecino y rival del club en el que militaba Iniesta, que había fallecido por un ataque al corazón en mitad de una concentración de su equipo en 2009. En el Europeo de 2008, Sergio Ramos había rendido ofrenda similar al sevillista Diego Puerta. Aparte de grandes deportistas, habían demostrado que eran gente especial, y que en el fútbol mercantilizado y teledirigido de sus días, plagado de personajes individualistas y mediáticos, había hombres como Iniesta, un futbolista de equipo, ofensivo nada más que con la pelota en sus botas, capaz de hacer lo más grande después de haber marcado el gol de la vida de todo un país. Lo había ganado todo con su club, el intratable Barça de Guardiola, que siempre lo ponía al resto de su plantilla como ejemplo de entrega y voluntad, y se acordaba de quien no podría celebrarlo. Nadie tenía dudas de su humildad antes de tan decisiva final. Nadie de su talento después de ella.
Al día siguiente, en el avión de regreso a casa, el héroe de Fuentealbilla, un pueblo que toda España ubicaba en la provincia de Albacete gracias a él, mostraba a los periodistas, sin perder la sonrisa, las moraduras de las patadas, algunas de un ex compañeros azulgranas como Van Bommel. Definitivamente, aquellos no eran los herederos de los Cruyff, Neeskens, Van Basten...; todos reconocían que el fútbol había ganado gracias a la fe de un tímido de incipiente calvicie y piel blanquecina, de Andrés Iniesta Luján, que ante su presidente de gobierno, abrumado por el recibimiento, diría: “Si lo sé, no marco el gol”. Otro gol suyo al Chelsea había disparado la natalidad de la Ciudad Condal a comienzos de 2010. Con el deshielo del 2011 se vería si el que hizo aquel domingo era capaz de colapsar las clínicas de maternidad españolas.
(El aficionado español que habíamos visto crecer a esos muchachos, a los Casillas, Xavi, Marchena, Iniesta, en las retransmisiones de mil y un torneos alevines, infantiles, y habíamos celebrado cada triunfo de las selecciones inferiores hasta llegar a deslumbrar en la absoluta, sabíamos que no se podía tratar de otra generación perdida, como la de los JJOO del 92. Le tocaba a España. Era nuestra hora. Y aunque se les recibió con lágrimas en los ojos, esta vez fueron de alegría. Gracias, Andrés.)

Patada de De Jong a Xabi Alonso
(Johannesburg, 11 de julio de 2010)