Iglesias y Montero son hoy ostentación, favoritismo, declive y amos y señores de la franquicia de Podemos afincada en Galapagar.
Quizás este no es el momento más indicado para hacer una evaluación de lo que está pasando en Podemos. Parece que lo único que tiene en la cabeza Iglesias es gobernar con el PSOE. Nadie podrá negarle la capacidad incansable de reinventarse a sí mismo y su incansable determinación. Convertir la propuesta de entrar en el gobierno de Pedro Sánchez resulta, cuando menos, sorprendente, dado los malos resultados electorales y los peores presagios internos como partido cohesionado. A ello hay que sumar el reto que tiene por delante de intentar convencer al PCE, a IU, a Equo y demás convergencias y, sobre todo, a ese sector interno que discrepa de la opción. Los resultados de las elecciones generales fueron malos, pero, hay que decir, que fueron peores los de las europeas, autonómicas y locales.
En el Consejo Ciudadano, Podemos analizará la debacle electoral del 26 de mayo, pero además tendrá que indicar el rumbo que seguirá la dirección en esta nueva etapa para el partido. El relevo de Pablo Echenique como Secretario de Organización ha sido lo último de Podemos. Los miembros de la dirección han ido cayendo uno por uno desde su fundación en 2014. Luis Alegre, Carolina Bescansa, Juan Carlos Monedero, Íñigo Errejón. De aquella foto de la primera asamblea ciudadana, conocida como Vistalegre I, sólo queda Pablo Iglesias. Esto es muy significativo.
Iglesias, con tal de no hacer esa autocrítica, de la que tanto habla, en él mismo y en Irene Montero, da un paso para iniciar una negociación de coalición progresista con el PSOE, poniendo en marcha una reestructuración de la cúpula de Podemos, y es que el descalabro de las generales ha supuesto la pérdida de más de un millón de votos y casi 900.000 el 26-M. Pero, ¿a esto se le puede calificar de regeneración?
No se trata ahora de hacer un debate teórico, sin sentido y purgar a quienes menos culpa tienen. Lo que está claro es que esos aproximadamente ocho meses de colaboración parlamentaria con el Partido Socialista no les ha enseñado nada de la vida política. Unidas Podemos tiene hoy mucho menos peso social y electoral, y sus dirigentes, acobardados por los resultados promueven a la desesperada la única alternativa que les queda, gobernar con el PSOE. Un atajo, un clavo ardiendo al que agarrarse ante problemas más graves que se van acumulando en su seno.
Es verdad que se hace imprescindible y necesario dar un volantazo, analizar las nuevas realidades y relanzar el propio proyecto, pero, tal vez lo más necesario es una verdadera asunción de responsabilidades. Es impostergable impulsar ya un desarrollo político y organizativo, es absolutamente necesario; se trata de volver a ganar presencia en la sociedad civil, diferenciarse con un proyecto propio, positivo. Y esto requiere una dirección política a la altura de los nuevos desafíos, hay que dedicar muchas horas de trabajo en los círculos. Lleva razón Pablo Iglesias, gobernar es cosa de relación de fuerzas; el problema es que él es cada vez más débil, más prescindible.
Nos guste o no a todos aquellos que un día creímos ilusionados en este proyecto, el partido de los indignados ya no es Podemos, hoy sólo ofrece retórica, soflamas y odio. Robespierre hizo guillotinar a Danton y a los girondinos, y en 1938, casi todos los que portaban el ataúd de Lenin fueron condenados a muerte por Stalin, y a otra escala naturalmente, algo así también está pasando en Podemos. Al final, van a tener razón todos aquellos que decían que Iglesias sólo era un comunista disfrazado con piel de socialdemócrata.
En el partido sólo se avanza en este momento en un repliegue y en una reorganización. O lo que es lo mismo, no se avanza. Se tiene un menor número de diputados, tienen que asumir la salida del sector fiel a Errejón y además, han de lidiar con la desaparición de muchas estructuras territoriales. Iglesias afronta una doble reestructuración. Tiene que reconstruir el partido desde dentro y a la vez configurar equipos que se sienten a negociar con el PSOE.
En resumen, Podemos es a día de hoy sinónimo de desafección y sectarismo orgánico. Existe un cisma irreversible, el partido está tocado. Es una pena que un partido joven se vea viejo y achacoso, sus constantes enfrentamientos sólo dejan vislumbrar disputas incomprensibles para mantenerse en el poder. Me entristece que aquel partido con el que en un momento me sentí afín, se haya desenmascarado como otro más de esos donde sólo se buscan nombres propios en cargos determinados por encima de una alternativa política real a la problemática social española.