En el artículo de la Enciclopedia de la Filosofía de Stanford “The Problem of Dirty Hands”, El problema de las manos sucias, se describe la relación entre la política y las manos manchadas con la corrupción, y se añade que la mugre de las viviendas, ciudades o países podemos asociarla a la suciedad física de las personas que las administran.
Michael Walzer, especialista en Maquiavelo y Max Weber, ratificaba la tesis y afirmaba que por regla general la higiene y limpieza física que presentan los políticos, mostraban su pulcritud moral, aunque haya notables excepciones.
Antropólogos como Marvin Harris analizaron la relación entre la basura acumulada y casi nunca recogida en, por ejemplo, las ciudades del tercer mundo, y la corruptibilidad de sus autoridades, a la vez que recordaba que las ciudades más limpias, como las suizas, tenían autoridades incorruptibles.
En el ya clásico texto de Leila Simona Talani “Dirty Cities: Towards a Political Economy of the Underground in Global Cities” esta profesora del King’s College de Londres, expone una novedad en los suburbanos y en la superficie: cuando las ciudades cambian de administradores se nota su corruptibilidad al aumentar o disminuir la suciedad.
Y en coincidencia con Harris y Walzer añade que el aspecto de los administradores, el cuidado de sí mismos, su autosatisfacción o autorrechazo subconscientes se vinculan al respeto que sienten por sus administrados.
Lo escrito hasta aquí son teorías basadas en el empirismo de unos estudiosos, a cuyo amparo debemos examinar a los políticos emergidos de comunas de okupas y simulares, en las que convivían sin excesiva higiene.
Acaban de llegar al poder con ese aspecto que Talami, Harris, Walzer y Stanford califican de mugrientos: atentos, porque la poca higiene parece corromper lo que toca.
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SALAS