Poderosos aliados

Por Aceituno

La misma libélula que os presenté hace unos días, instantes antes de echarse a volar. Fue una suerte que se quedase quieta el tiempo suficiente como para que le pudiera tomar esta foto, tan bien encuadrada, con la luz y el fondo estupendos y el foco tan logrado. Técnicamente es una foto muy buena que requiere saber hacer las cosas bien pero, además, una pequeña dosis de buena suerte. Como la vida misma.

Sin un puñado de buena suerte no vas a ningún sitio. Ya puedes ser el más estudioso de la clase o el más fuerte del gimnasio, que como no tengas ese punto de buena suerte de tu lado te terminas comiendo una mierda. Te lo digo por experiencia porque, aparentemente, yo siempre fui un tipo de esos que tienen buena suerte, la gente me lo decía y yo lo notaba, con muy poco esfuerzo lograba resultados aceptables y, por si fuera poco, se me daba bien encontrar aparcamiento.

Hasta que el cáncer volvió a demostrar que aquí manda él y se fue todo al carajo, se terminaron las conjeturas y quedó zanjado el tema de la buena suerte porque quedó completamente claro que yo no soy de esos tipos que tienen buena suerte. Esos tipos no tienen cáncer.

¿O sí?

Me permito dudar en este punto porque podría ser peor. Podría no haber tenido tanto apoyo por parte del CAR (Carolina, Alejandra y Ruth). De hecho estoy seguro de que pocos enfermos de cáncer cuentan con un apoyo semejante al que yo tengo. Un apoyo incondicional que va más allá de los límites lógicos y que se despliega a todos los niveles, desde el nivel sentimental porque me siento profundamente amado, hasta el económico porque me siento profundamente respaldado.

Y todo sin condiciones. El CAR me cuida porque me quiere. Por alguna extraña razón que no comprendo me quieren mucho y bien. Y en eso también debe haber influido la suerte. Desde luego para mí es una inmensa suerte contar con ellas y que hayan decidido apoyarme. He visto a mucha gente volverme la espalda cuando más necesitaba de su ayuda, en parte por miedo a no saber reaccionar y en parte por no soportar la idea de poner tanta desgracia en sus vidas. En cambio el CAR está ahí y siempre lo estará, es una certeza que me tranquiliza y me da mucha fuerza para seguir adelante.

Sé que no estoy solo en esta lucha, tengo la suerte de mi parte y sigo encontrando aparcamiento con facilidad, cuento con poderosos aliados fieles y valientes que nunca me abandonarán y sé que van a pelear hasta más allá de lo razonable porque actúan de corazón y aún les queda fuerza para repartir. Así va a ser difícil que me derrote el maldito cáncer. Ya sé que es complicado que sea yo quien gane la batalla pero, al menos, aspiro al empate.

Con eso ya me puedo dar con un canto en los dientes.