UN INTENSO FULGOR
A Álvaro
La espera para conocerte ha sido larga.
Sin duda te sentías muy seguro
en ese confortable nido en el que
flotabas ingrávido.
Hasta ese lugar llegarían como
sonidos lejanos el rumor de
la vida exterior,
tamizada por el útero materno.
Te has resistido a salir
del recóndito lugar, quizás
adivinando los azares diversos
que te esperaban en el exterior.
Cuando por fin, y tras una ardua lucha,
te has hecho presente,
tu mirada ha tomado contacto con la vida,
y tus ojos, tan asombrosamente abiertos,
han escrutado esa realidad externa
tan nueva e incierta para ti.
Tu padre ha quedado sin palabras
con un nudo en la garganta,
conmovido y extasiado
Tu madre, agotada por el esfuerzo,
pero intensamente feliz,
te mira con sus enormes ojos
que irradian una poderosa luz.
Yo he respirado aliviado,
por ti y por ella, y he experimentado
una sensación inefable e indefinible,
absorto ante tu presencia,
que llena la estancia de un intenso fulgor.
Al contemplarte por primera vez
mis ojos se han humedecido
y han dejado deslizar
unas breves lágrimas ante este nuevo milagro.
De nuevo mi enorme asombro,
ante la perfección de la naturaleza,
que ha cincelado tus formas minúsculas y perfectas,
tu cuerpecito, tu mirada y tus diminutas manos.
Siento una enorme gratitud
por haber tenido la oportunidad,
de presenciar de nuevo este misterio,
que nos hace reconciliarnos
con el viejo afán de vivir.
Gracias, Álvaro, por estar entre nosotros,
creando con tu presencia esa llama incandescente,
cuya huella permanecerá imborrable para siempre.
José Zafrilla (abuelo Guisante) 21 de abril de 2011