POESÍA COMPLETA, DE ALFONSO ALBALÁAutor: Alfonso Albalá.E...

Publicado el 21 noviembre 2014 por Moisés Moisés Cayetano Rosado @MoisesCayetanoR
POESÍA COMPLETA, DE ALFONSO ALBALÁ

Autor: Alfonso Albalá.Edita: Editora Regional de Extremadura. Serie Rescate. Mérida, 2014. 297 pgs.
En 1998, el Ayuntamiento de Coria editaba Poesía Completa, del escritor cauriense Alfonso Albalá (1924-1973). Ese volumen, difícilmente encontrable hoy en día, ha sido de nuevo publicado por la Editora Regional de Extremadura, en su Serie Rescate, trayéndonos a la actualidad un autor extremeño y universal que muchos no conocen o no conocen bien, pese a tener una densa obra publicada, no solamente por lo que a poesía se refiere, sino también como excelente periodista y como más que notable novelista, cuya trilogía sobre la Guerra Civil española es una obra de altura, que bien merecería también una nueva edición.Poesía Completa está integrada por los tres poemarios que publicó en vida: Desde la lejanía (1949), Umbral de la armonía (1952) y El friso (1966), así como el libro póstumo Sonetos de la sed y otro poemas (1979), diversos villancico y poesía sueltas. Antecede a este repertorio su pequeño trabajo Notas para un ensayo sobre la armonía, precedido de un emotivo prólogo de Manuel Alvar y unas notas de sus hijas Gracia, María José y Paloma, que han sido las encargadas de la edición y notas aclaratorias a pie de página, que ascienden a 218 a lo largo del libro.Ya en su ensayo sobre la armonía nos aclara Alfonso Albalá su poética y su concepto de la vida, hondamente religioso, al tiempo que profundamente humano: “El hombre camina, pasa el pasado, las fronteras del tiempo, para empezar a vivir el presente único, Dios, la Vida verdadera donde la muerte no existe, porque ni siquiera podrá ser un recuerdo. Allí, allí será la Armonía Total” (pg. 35).Su primer poemario, Desde la lejanía, clarifica desde el título su contenido esencial: la añoranza de la tierra de nacencia desde el destino urbano a donde le han llevado sus estudios, el transcurrir de su vida, y que me recuerda a la romántica alentejana Florbela Espanca: “Esta es mi tierra, tierra Madre, Extremadura,/ árida tierra, seca, reseca, tierra dura,/ tierra sin horizontes, horizontal llanura/ que da a mi angustia vertical, ansia de altura” (pg. 54).Es una evocación desgarradora y rebelde, que denuncia la situación de relegación en que se encuentra una tierra destinada a la tremenda emigración que, en pocos años de escritos estos versos, se llevará a casi la mitad de sus habitantes, por eso, por ser una “tierra dura,/ tierra sin horizontes”.Pero el lugar donde reside, como a tantos miles de extremeños, tampoco le va a resultar acogedor: “Mi ventana está abierta a la ciudad,/ -cáncer de ruidos, sucio gris de invierno.-/ ¡Esta brumosa soledad,/ como un oscuro eterno” (pg. 75). Como nuestro Félix Grande o el poeta de Tomelloso Eladio Cabañero (amigo del anterior) manifestarán unos años más tarde, la ciudad le llena de angustia, de soledad, choca en el recuerdo con su apacible lugar de nacimiento, que hubo de abandonar.Y en esa angustia, el recuerdo de la madre se acrecienta, como le ocurriera a Juan Ramón Jiménez en parecida despedida. “¿Recuerdas, madre, aquella despedida,/ el abrazarme con tus lágrimas,/ deteniendo mis prisas con tu pecho?” (pg. 79), escribe Albalá en su largo, desgarrador, emotivo “Poema del hijo ausente”.Este primer libro, editado inicialmente por los Servicios Culturales de la Diputación de Cáceres, acaba con unos versos sosegados, que vuelven al sentido vital, religioso, que anima la vida del autor: “Te doy gracias por todo./ Cuida, Señor, mi sed,/ tu sed en mi paisaje./ Hazme tu salmo… Amén.” (pg. 107).El segundo poemario, accésit del Premio Adonais, publicado en Madrid por Ediciones Rialp (como correspondía al galardón), ya lleva en su título (Umbral de la armonía) ese ideal del poeta: la armonía, la conjunción de la vida, del ser con los suyos, su entorno, el mundo. Va dedicado a su mujer, Josefina, de la que dice significativamente: “tú eres el Umbral de la Armonía” (pg. 115). Poemas a la amada, a sus seres querido y a Dios, que siempre está presente  en el poemario, como ocurriera tres años después en “Hombre y Dios”, de Dámaso Alonso: “Llamado estoy, Señor, a la armonía,/ desde este barro Alfonso, humilladero/ de mi afanoso uncir a tu madero/ nuestra nada en agraz y paganía” (pg. 145).Uno de las más emotivas composiciones la dedicará a su madre, a la huella tremenda que dejó su ausencia: “¡Mi madre vive todavía!,/ ¿por qué me dicen que se ha ido?/ Todo está aquí: están aquí/ mis juguetes, y aquellos libros,/ todos con santos y con mapas…/ ¿Por qué me dicen que se ha ido?” (pg. 159).Y sobre su madre, sobre el entierro de su madre, versará el tercer libro de poemas, último que publicó en vida.  También en Adonais, publicado por Rialp: El friso. Para mi gusto, el mejor de todos. Una composición elegíaca de extraordinaria altura. Un libro singular, conmovedor, de una fuerza extraordinaria en sus metáforas, en el hilo conductor de un relato lineal: el traslado del féretro desde su casa al cementerio. “”Sobre su mismo surco, sobre el hombro/ de mis hermanos, pesaba/ su cuerpo horizontal/ bajo la lluvia” (pg. 175).Volverá muchas veces sobre ese traslado a hombros, sobre esa lluvia incontenible, con un torrente de versos de una emoción y un amor indescriptibles: “Con su cuerpo obediente, hermoso y limpio,/ definitivamente muerto en la madera/ filial de la memoria,/ vamos allá con nuestra ofrenda” (183). Para finalizar con su mensaje trascendente: “abatido su tiempo en nuestros hombros, conforme/ el friso sideral acerca/ hacia el silo de Dios los corazones” (pg. 201).En Ediciones Rialp también serán publicados sus Sonetos de la Sed y otros poemas, donde la constante espiritual estará presente con frecuencia: “En tu madero aguardo la agonía/ que cristifique en mí mi necesaria/ sazón de serte solo Eucaristía.” (pg. 223). En esta entrega van también dos poemas largos (“Encuentro con Polop”, recuerdo emocionado de su estancia en el pueblo alicantino de Polop de la Marina, y “El mendigo”, una de sus composiciones más desgarradoras y hermosas).“El mendigo” alcanza para mí  la fuerza expresiva y la tensión del poemario El friso, pero esta vez con un claro mensaje de ternura y denuncia: “por el camino de los frailes/ iban, venían sus harapos,/ con su sabor a otoño, a tierra/ sucia, con su manta de trapo,/ con su ala rota sobre el hambre/ y el hombro caído de sus años” (pg. 251). Lo evoca desde sus recuerdos infantiles en el pueblo: “Me daba miedo del mendigo,/ de su voz blanda en mis zaguanes,/ contra mi sueño, asustadizo” (pg. 255). O más adelante, con esa insistencia, esa desgarrada sensación, esa profunda sensibilidad: “Y me acuerdo de aquel mendigo,/ de su llamar sobre mi puerta,/ de su mirada en mis juguetes” (pg. 260).Ha sido un acierto más de la Editora Regional, que con esta Serie Rescate nos está devolviendo a autores que un poco se nos iban yendo de las manos, o que muchos no supieron en su momento, en nuestra propia tierra, apreciar en la medida de su clara grandeza. MOISÉS CAYETANO ROSADO