Poesía e ideología

Publicado el 21 febrero 2016 por Hugo
Escribe Jorge Urrutia en la introducción de Poesía social española contemporánea (antología 1939-1968):
Si la ideología instaura alguna paz entre los individuos, no lo hace sin exigir cierta negación del pensamiento y sin establecer alguna violencia con otras ideologías. 
El poeta, como cualquier ser humano, no percibe nunca la naturaleza (en el sentido de realidad natural) sino una «realidad» conformada ideológicamente por la sociedad (que lo creó y crió) y por la cultura. Una «realidad consciente». Sobreentendemos que puede existir una realidad de la que el individuo no es consciente. (…).
Carlos Bousoño entiende la evolución de la cultura como un crecimiento paulatino del individualismo. En resumen suyo, «ese individualismo, que por causas económicas y sociales, entre las que se encuentra, como factor esencial, el progreso técnico y científico, ha venido aumentando sin pausa en el seno de la sociedad occidental desde la reapertura del comercio mediterráneo, en el último tercio del siglo XI, hasta hoy mismo». (…).
El tema [o contenido del poema], limitado ya por la realidad y la cultura en las que vivimos, a las que nos sometemos y que, además, creamos, se afronta desde una serie de limitaciones y exigencias, más o menos individuales, de clase, nivel cultural, psicológicas, familiares, etc. que también están marcadas ideológicamente. Porque no hablamos del modo que queremos, sino de uno de los modos que nos permiten las constricciones que pesan sobre nuestro lenguaje. 
La ideología es un discurso anónimo, es «lo que todo el mundo cree sin que lo piense nadie» y actúa como referente ya pensado del pensamiento personal. Pero el discurso ideológico está preparado para interpretar también lo que pudiera desmentirlo, para integrar las objeciones e interpretar al oponente, de ahí su aparente coherencia globalizadora.
Juan Oleza resume así: «Si el desarrollo de las formulaciones propias del capitalismo avanzado ha demostrado algo, muy especialmente a través de su uso de los sistemas democrático-parlamentarios, es el trasvase progresivo del poder de la clase dominante desde el eje de dominación estricta al de la hegemonía dirigente, presionada y obligada por la lucha de las clases populares. Con ello no sólo la clase dominante se ve obligada a ampliar su base social (mediante los pactos con otras capas y fracciones de clase a las que intenta cohesionar en un bloque hegemonizado por ella), sino también a descargar una gran parte de su poder sobre los aparatos de persuasión ideológica» [véase La literatura como signo].
El poeta puede integrarse plenamente en la ideología y hablar desde ella. También puede criticarla y elaborar un discurso con las características de un contramito. En este último caso le es posible elaborar un discurso científico (aquel que es demostrable por la experiencia pero está también dispuesto para ser desmentido por la experiencia). (…).
La literatura de producción, recepción y (…) temática obrera ha desaparecido prácticamente del mundo occidental. El arte popular, el producido desde instancias económicas superiores y por especialistas, está cambiando el gusto y las necesidades en la ocupación del ocio. Paralelamente se ha desvirtuado el arte del pueblo. 
Así desaparece la posibilidad de mantener una literatura en la que el número de escritores y el de lectores estuviera más equilibrado. Los sociólogos hablan del aburguesamiento de los proletarios y de la proletarización de los intelectuales. Ello afirma el arte como práctica y consumo (…) interclasista. Pero a la vez se produce el descreimiento en la utopía, lo que motiva el desencanto característico y la revalorización de lo intrascendente. La literatura obrera permitía definirse de modo personal y colectivo; su olvido deja un vacío social y psicológico que no se ha sabido cubrir. 

Leopoldo Urrutia de Luis, 1965. Poesía social española contemporánea: antología 1939-1968 (ed. Fanny Rubio y Jorge Urrutia), Editorial Biblioteca Nueva, Madrid, 2000, págs. 13-46.