CANCIÓN DEL LLANO
Cuando suceda, deja que vengan los pájaros,
deja que caigan mis manos, no me las cruces.
Y desnuda entre el pelo que crece sobre los muertos,
ata las plumas de las doncellas.
Tápame los ojos con dos monedas, cúbreme
la cabeza con las cestas de maguey
que han acarreado agua.
Traigan los tambores de batea y bailen.
Quémenme con una rama de mezquite
y pónganse de collar
mis huesos.
ALAS BLANCAS QUE NUNCA SE FATIGAN
Las estrellas, nítidas en el hondo cielo
se retiran, los celajes de nieve tardía
se despejan.
El río deja suelta la carpa
y tose bajo su perfil de hielo.
Las goteras del tejado percuten sobre el canalón.
Las ramas de hielo desgarradas por el viento
se las lleva el agua.
En casa, una corteza de queso yace quieta.
Hay una porción de manteca que derretir.
Yo debiera colgar baldes de los árboles y espera que caiga azúcar.
Quiero amarrar el tiempo como un cordón umbilical
destrozado entre los dientes de una mujer orgullosa.
Mi ombligo se fue, sale la luna,
dentro de un mes o dos me dolerán los pechos.
He aquí una mujer maravillada.
Y si no tiene hombre se le amacizan los brazos.
Pasan las estaciones y ella no puede creer
que su cuerpo habrá de dar leche.
Jamás creyó que alguien
fuera a pedirle algo.
Carolyn Forché. Juntemos las tribus. Visor Libros, 2017. Traducción de Claribel Alegría y Lilliam Levy.