Y no me refiero solo a llenarles los bolsillos a los accionistas de la compañía que ha puesto a medio mundo a hacer el ganso. Hablo de las consecuencias por darse una castaña con el coche contra algo o contra alguien por ir más pendientes de cazar un machango que del tráfico. Por no hablar de cortar la circulación, un comportamiento que en España te pueden suponer de 3 a 5 años de cárcel si te cae encima todo el peso de la Ley Mordaza del señor Fernández Díaz, mucho más aficionado a otros juegos que al de los Pokémon Go, me temo. Pero eso, claro, cómo lo pueden saber quienes dedican su tiempo a perseguir bichos con un móvil en la mano sin atender a nada más.
Estoy firmemente convencido de que el juego es un factor determinante en el desarrollo de la personalidad de los individuos, pero me preocupa no poco que señoras y señores que ya no volverán a cumplir los 30 o los 40 - por poner una edad indicativa - necesiten aún de este tipo de estímulos para sentirse a gusto y pasarlo bien. No obstante, todo lo daría por bien empleado si estas masas embobadas con la diversión de marras mostraran el mismo entusiasmo ante las grandes causas sociales de este mundo que el que exhiben estos días en calles y plazas de todo el planeta para pasmo del resto. Aunque, a decir verdad, me conformaría con mucho menos, con que no fuera cierto lo que afirman algunos expertos de que la especie humana está evolucionando a la inversa y que en esa retroceso hacia la infancia hemos perdido irremediablemente la pinza que nos mantenía sujeta la cabeza sobre los hombros.