La Sinfonía nº 5 en do sostenido menor (veranos de 1901 y 1902, estrenada en Colonia el 18 de octubre de 1904) sirvió para sacar todo el arsenal de los milaneses y afrontar con rigor además de sentimiento una obra de la que el propio compositor dijo: “¡Ojalá mi sinfonía hubiera de estrenarse cincuenta años después de mi muerte!” como recoge mi admirado Ramón Sobrino en las notas al programa. Esta quinta sufrió revisiones posteriores y mantuvo su éxito en cada interpretación. La de Myung-whun Chung con la Filarmónica de la Scala de Milán en Oviedo resultó apoteósica y el tiempo de Mahler ha llegado antes de lo que él se imaginó, merced al coreano-americano que la lleva en su ADN. Nueve contrabajos para que hagan los cálculos de la enorme cuerda utilizada (completada con arpa más 4 flautas y piccolos, 3 oboes, 3 clarinetes, 2 fagotes, contrafagot, 6 trompas, 4 trompetas, 3 trombones, tuba, timbales más cuatro percusionistas), y todas las virtudes disfrutadas en la primera parte.
La tercera parte no solo mantuvo toda la emoción sino que continuó creciendo, primero en el maravilloso cuarto movimiento del Adagietto. Sehr langsam que nos puso un nudo en la garganta disfrutando del arpa y la sección de cuerda como nunca, pulsación lenta para recrearse en la corporeidad tímbrica del agudo al grave, delicadeza del primero al último compás que parece no llegar y ha hecho de este "Adagietto" la banda sonora de muchos momentos propios, belleza del dolor hecho música por alguien con una vida azarosa donde la felicidad duró poco pero cuya declaración de amor hacia Alma resultó desde entonces eterna. Hacía tiempo que el silencio en la sala no era tan unánime y hasta se podía cortar con los arcos de una orquesta plegada a un director como ninguna.
El Rondo-Finale. Allegro consiguió alcanzar el cenit interpretativo tras un ascenso sin tregua en la gama emotiva, a través de un fugado trufado de sobresaltos donde el "sherpa" Chung hizo de las dificultades fortaleza sin caer en trampas y escuchando fácilmente todo el camino diseñado por Mahler. No tengo palabras suficientes para transmitir lo sentido en esta hora larga de música, si un movimiento parecía bueno, el siguiente todavía mejor. Tras la hondura del lento, la alegría final presentada primero por las trompas y después la madera siguió engordando con la cuerda, el empuje que hacía sencillo superar lo que quedaba, calidades en sana disputa y la complicidad desde la batuta aupada en el podio de terciopelo granate, como los colores milaneses, cantando los lieder tan inspiradores de Mahler en una sinfonía sin voz pero con todo el lirismo de la música absoluta despojada de lo humano para elevarlo a universal.