Esta novela de Fernando Clemot (Barcelona, 1970) me la regaló su editor, Pablo Mazo, una tarde de la última Feria del Libro de Madrid en la que me pasé a saludarle a su caseta. Unos días después venía Clemot a presentar el libro a Madrid y a firmarlo en el Retiro. No pude acudir a la presentación –que si no recuerdo mal tuvo lugar en la librería Cervantes y compañía, de la calle del Pez- pero sí que me pasé al día siguiente por la feria para que me dedicara su libro. De Clemot había leído anteriormente un cuento que, con sus cuarenta páginas, era casi una novela corta en la antología Siglo XXI. Los nuevos nombres del cuento español actual. El cuento se titulaba Levante y estaba incluido en su libro Estancos de Chiado, con el que obtuvo el premio Setenil al mejor libro de cuentos de 2009. Levante fue para mí un cuento destacado dentro del buen nivel de la antología citada. Me sorprendió de él que Clemot lo situara en la Italia del fascismo y que controlara tan bien el contexto histórico elegido. Su prosa me pareció elegante y madura.
Al empezar a leer Polaris he recordado algunas de las sensaciones que tuve al leer Levante: los personajes de Polaris no son españoles y el contexto narrativo tampoco es el actual. Clemot nos traslada en su novela al océano Ártico en 1960, y construye su novela en el opresivo escenario de un barco. Empecé a leer Polaris sin mirar la contraportada, porque una vez que ya he decidido que voy a leer un libro prefiero no saber nada de lo que me voy a encontrar dentro (algo muy recomendable si, por ejemplo, alguien quiere leer un libro de Anagrama: quien hace en esta editorial las contras no es raro que cuente hechos de la trama que tienen lugar pasado medio libro). Sin saber que la contra comenzaba diciendo: «Océano Ártico, 1960» iba anotando frases para tratar de concretar el contexto histórico de la novela, porque la estaba empezando a leer como si estuviera ambientada en la actualidad. Poco a poco iba saliendo de mi error: el protagonista, el doctor Christian, ha participado en una guerra, que todo indica que debe ser la Segunda Guerra Mundial. Tampoco me quedaba clara la nacionalidad del doctor. Tardé en comprender que era un noruego que se alistó de forma voluntaria en el ejército alemán. He querido comentar estas pequeñas dificultades (o más bien pequeños enigmas que debía ir descifrando) con las que me he encontrado al leer la novela de Clemot porque me parecen significativas: Polaris no es una novela complaciente con el lector, y éste estará obligado a leer el libro con bastante atención si quiere entrar de lleno en él y disfrutarlo. La novela está compuesta por varias capas narrativas: el doctor Christian está siendo interrogado por Vatne y Dodt en el barco Eridanus acerca de unos acontecimientos trágicos que han tenido lugar a bordo (capa narrativa dos). La capa narrativa principal reconstruye –mediante la primera persona del doctor Christian- los días previos a los acontecimientos por los que el doctor está siendo interrogado (capa narrativa uno). El lector comprenderá (avanzado el libro) que el tiempo transcurrido entre estos dos estrados narrativos no es demasiado largo. Además de reconstruir esos días previos al de los “acontecimientos trágicos”, el doctor Christian divagará sobre su pasado de soldado en la isla de Creta (capa narrativa tres) y la relación conflictiva que tuvo con su padre y hermano (capa narrativa cuatro).
Los diálogos que mantiene Vatne (Dodt parece ser un mero observador) con Christian están insertos en el texto del tal modo que a veces el lector empieza un párrafo pensando que la narración del doctor sigue avanzado, cuando el realidad –comprende- estamos ahora en el futuro narrativo y se apremia al interrogado para que concrete sobre algún punto específico de su evocación. El doctor Christian no parece una persona muy estable emocionalmente y a menudo tiene errores de memoria, aunque tiene también, por ejemplo y por otro lado, una gran habilidad para recordar las particularidades de los mapas.
El lector atento disfrutará de la prosa envolvente de Clemot y de su gusto por el detalle: está muy conseguida la sensación de autenticidad del viaje marinero, con muchas pequeñas desviaciones narrativas sobre naufragios, crueles o extraños sucesos ocurridos en islas…
La tripulación de la nave Eridanus se rige por los designios de las cartas de órdenes de la Central, la compañía dueña del barco. Estas cartas de órdenes tienen una correspondencia con las jornadas de navegación y sólo pueden abrirse en el día correspondiente. Esto hace que la tripulación no sepa nunca con exactitud cuál es la misión concreta de su viaje. El doctor Christian está preocupado por los requerimientos que estas cartas de órdenes empiezan a exigirle, una investigación que tiene que ver con el mundo de los sueños, y que acabará impregnando a toda la narración de un aire onírico, alucinado. Hay algo metafísico, expresionista y kafkiano en esas cartas de ordenes; esto se dice de la Central en la página 155: “Es un ente que está por encima de nosotros, no alcanzamos a entender sus decisiones.” El doctor Christian es una persona religiosa, con un fuerte sentimiento de culpa que arrastra por algunos de sus recuerdos del pasado, pero la suya no es una religión que admita el perdón, es una religión que necesita de la culpa y la expiación. Así Polaris es una novela opresiva, una novela de culpa y remordimiento. En este sentido, el doctor Christian me ha recordado al cónsul de Bajo el volcán de Malcolm Lowry, aunque, posiblemente, la referencia más clara sería la de las novelas de Joseph Conrad, pero yo sólo he leído de él El corazón de las tinieblas y seguramente la clave aquí sería haber leído Nostromo (una novela marinera de Conrad que tengo pendiente).
La densidad y la elegancia de la prosa de Clemot y su capacidad para crear una atmósfera opresiva (en esto me ha recordado a la novela Trasfondo de Patricia Ratto, que transcurre en un submarino) posiblemente estén por encima del misterio que platea la trama; aunque lo cierto es que el misterio de la historia no es desdeñable. He leído el libro con un deseo creciente por saber qué le exigían al doctor las cartas de órdenes y qué acontecimientos trágicos han tenido lugar en el barco para que los personajes, un tanto siniestros, de Vatne y Dodt tengan que estar interrogando al doctor. Pero además de la atmósfera opresiva me gustaría destacar de esta novela la gran capacidad (a lo Roberto Bolaño) de Clemot para fabular, insertando en la novela pequeñas narraciones (la historia de los esclavos negros abandonados en una pequeña isla, por ejemplo, es espeluznante) que funcionan casi como relatos independientes y que contribuyen a apuntalar esa atmósfera densa que emana de la brutalidad y del poder de lo desconocido. Las dos narraciones que he leído por ahora de Clemot me han parecido bastante sólidas, son relatos originales en cuanto a ambientación y contextos narrativos. Clemot empezó a publicar algo tarde (con treinta y nueve años), pero su irrupción en el mundo de las letras está siendo ciertamente destacable.