
La cinta, narrada en un tono seco,aséptico, frío, rayano en lo espartano (en todos los aspectos,tanto ambientales como de fondo), nos ofrece un argumento enormementesimple; estamos ante la historia de Cristi, un joven agente depolicía que se halla inmerso en una investigación relacionada conel consumo y tráfico de estupefacientes por parte de un grupo deestudiantes (grupo ciertamente reducido —se limita a trespersonas—, al igual que el alcance de sus presuntas fechorías,que, aparentemente, no van más allá de lo que supone el fumarseunos porritos cada día), respecto a la cual se ve ante el dilemamoral de determinar si ha de proceder, o no, a la detención de losimplicados, teniendo en cuenta la discordancia existente entre susapreciaciones al respecto y las de su superior inmediato.
La resolución de tal disyuntiva, queviene precedida por un episodio un tanto atrabiliario —una suertede duelo de “esgrima semántica”, diccionario mediante, entreCristi y su jefe (y sobre la cual, obviamente, no daré detallealguno al lector)— es la que marca el desenlace de la trama, dando,con ello, cierre al relato. También cabe citar que, como tramasecundaria, la película nos ofrece un somero retrato de la vidamatrimonial de nuestro protagonista, que no brilla, precisamente, y atono con el tronco central de la trama, por ser alegre nideslumbrante; más bien al contrario, también en su relaciónmarital, el personaje central del film nos da muestras de esecarácter un tanto abúlico y apagado con el que desarrollaigualmente su labor profesional.
Porumboiu se toma su tiempo tanto paraponernos en situación como para ofrecernos detalles acerca deldesarrollo de los acontecimientos; si ahí algo que sobra a lo largode todo el metraje (si exceptuamos un final, que, de maneratotalmente abrupta, zanja el desenlace de la historia en apenas unospocos minutos), es la prisa: todo es moroso, detenido, de una quietudque llega a resultar incluso enervante —en el paroxismo de latranquilidad, la narración nos llega a ofrecer imágenes de lalectura (íntegra y pausada) de los informes policiales que Cristiprepara para sus superiores, como un elemento explicativo más—. Ysus intérpretes se desenvuelven con esa misma parsimonia eintrospección (salvo en algún caso muy puntual), en la que tienenmás presencia los silencios y las quietudes que los diálogos y losmovimientos, terminando de completar con ello un panorama que sesitúa al límite del páramo emocional. Si sumamos a ambas líneas que la ambientación de la historia, tanto en interiores como en exteriores, se ubica en entornos que, sin alcanzar la categoría de lo sórdido, sí que cabe calificar con todo fundamento de degradados, ya tenemos un cuadro de situación lo suficientemente completo como para hacernos una idea clara del perfil de la cinta.
¿Opción artística legítima? Porsupuesto. El único problema es que, en tal marasmo pantanoso, llegaun momento en que la conexión emocional con la historia se terminadisipando, y se termina prestando más atención a esa muñeca dondeel reloj nos va orientando sobre cuánto nos falta para finiquitar laexperiencia que a lo (poco y lento) que va sucediendo en una pantallaen la que tampoco se plasman emociones, sensaciones, experiencias,que nos hagan olvidar lo despacio que va todo. Como experimentoformal que juega (haciéndolas fosfatina, por cierto...) con lasconvenciones narrativas acerca de la estructuración y dosificaciónde sucesos en el desarrollo de un relato fílmico, la propuesta deCornel Porumboiu se puede acoger como algo interesante. Más allá deeso...