Lapid ofrece un fresco crítico de Israel a partir de dos historias que terminan cruzándose: el policía de elite Yaron protagoniza la primera, cuatro jóvenes con aspiraciones revolucionarias protagonizan la segunda. El cruce entre ambas cierra esta suerte de ensayo sobre la violencia en ese país de Medio Oriente, más allá del conflicto con el mundo árabe (que por supuesto aparece, aunque en un segundo plano).
El film tiene sus méritos técnicos indiscutibles (fotografía de calidad, buena actuaciones) pero quizás adolece de cierta capacidad de síntesis que por momentos le quita contundencia a la tesis propuesta. Algunos espectadores incluso nos preguntamos si no hubiera sido mejor que Lapid se concentrara en un solo relato (preferentemente aquél que gira en torno a Yaron; el segundo parece demasiado inspirado en Los edukadores).
La presentación de Policeman en el BAFICI antepasado coincidió con el anuncio de las autoridades israelíes de nombrar persona non grata el escritor alemán Günter Grass. En aquel entonces, el largometraje de Lapid contribuyó a contextualizar la reacción que la intelectualidad internacional consideró desmedida (cuando no absurda y ofensiva) pero que fue/es perfectamente coherente en un Estado incapaz de aceptar la crítica y cuya obsesión por la lucha antiterrorista lo acerca cada vez más a un ejercicio cada vez más autoritario del poder.