Política, arte y pensamiento mágico

Publicado el 31 marzo 2011 por Deperez5
Después de haber visto pasar mucha agua bajo los puentes, y caer muchos puentes que parecían eternos, me siguen admirando los impetuosos progresistas que se empeñan en rechazar los hechos o en rehacerlos a su antojo, por ejemplo cuando postulan la imagen de los dos Kirchner, el ex presidente fallecido y la actual presidenta de la Argentina, como anticapitalistas consecuentes y abanderados de los derechos humanos, sin hacer ningún caso de las elocuentes declaraciones juradas del matrimonio, que arrojan un crecimiento del 158 por ciento entre 2007 y 2008, con un capital que en ese año pasó de 17,8 millones a 46 millones de pesos, registrando una ganancia de 28,2 millones de pesos en sólo un año y completando una suma desmesuradamente superior al patrimonio neto de $ 6.851.810 que declararon al llegar al gobierno en 2003, y que comparado con la cifra actual arroja un incremento del 572 por ciento. No estamos hablando de opiniones que podrían ser compartidas o refutadas, sino de cifras netas y exactas, asentadas en las declaraciones juradas que firmó el matrimonio, cifras tan reales como la absoluta falta de antecedentes del matrimonio Kirchner en la defensa de los derechos humanos, cuyas banderas comenzaron a levantar sólo a partir del momento de asumir la presidencia. Uno no puede menos que preguntarse si es posible que dos personas sean rabiosamente anticapitalistas y al mismo tiempo exitosos capitalistas, capaces de ganar nada menos que 46 millones de pesos en 11 años, y eso en el tiempo libre que les dejaba la militancia, y también debe preguntarse cómo es posible que los fervorosos defensores del modelo “nacional y popular” no se hagan esa pregunta. Tampoco se entiende la súbita defensa de los derechos humanos que el matrimonio asumió en el 2003 junto con la presidencia del país, un tema que hasta ese momento habían decidido ignorar porque mantenían una muy buena relación con los representantes de la dictadura militar, como lo demuestra la foto tomada el 9 de abril de 1982, a pocos días de iniciada la guerra de Malvinas, y publicada en el diario Correo del Sur bajo el título: “Amplio apoyo de las fuerzas vivas a las Fuerzas Armadas”, donde se ve al próspero abogado Néstor Kirchner junto al general Oscar Enrique Guerrero, en ese entonces comandante de la XI Brigada de Infantería Mecánica del Ejército y más adelante, desde 1981, alto jefe de la policía bonaerense en tiempos en que la provincia albergaba al menos nueve centros de detención clandestina. En su discurso de ese día, el general Guerrero agradeció “la adhesión de los representantes de distintos sectores del quehacer de la ciudadanía riogalleguense, que se presentaron ante la sede del Comando a su cargo". Curiosamente, los fervorosos izquierdistas que en estos días se dedican a descubrir o a inventar un cómplice de la dictadura en cada opositor, no tienen nada que decir sobre esta historia verdadera.
Empeñados en negar los hechos y en suplantar a los Kirchner reales por el par de líderes puros e infalibles que ellos imaginan, los jóvenes progresistas de hoy incursionan sin saberlo en el pensamiento mágico: como el mago que pronuncia un abracadabra y convierte al pañuelo en una paloma, ellos creen que basta colocar a unos las etiquetas de progresistas y revolucionarios, y a otros los rótulos de reaccionarios, derechistas y conservadores, para que unos y otros se conviertan en lo que ellos dicen. Lo curioso es que a pesar de sus afirmaciones, hoy no existe ninguna diferencia perceptible entre su modo de vida y el de las personas que ellos califican como derechistas, conservadores o procapitalistas. Sin embargo, no siempre fue así: es preciso reconocer que los progresistas de los años ’70 no tuvieron ni una pizca de conservadores, porque eligieron tomar las armas, vivieron en la clandestinidad y se dedicaron a robar bancos, asaltar cuarteles y secuestrar o asesinar a policías, militares, empresarios y sindicalistas, y porque una gran parte de ellos ni siquiera pudo conservar la vida; esa manera de vivir, extremadamente peligrosa y nada conservadora, no guarda ninguna semejanza con el modo de vida que practican los airados izquierdistas de hoy, que viven con toda comodidad en un país capitalista y se dedican a hacer las mismas cosas que hacen los plácidos conservadores: tratan de ganar todo el dinero posible y de estar cada vez mejor, disfrutan del consumo y van y vienen por donde les gusta, aprovechando a conciencia las libertades de la democracia y el capitalismo, aunque no están dispuestos a confesarlo, porque como poseedores de la Verdad superior que explica los designios de la Historia y los hace moralmente superiores, se consideran obligados a proclamar en todo momento su odio mortal al pérfido capitalismo. Está claro que los izquierdistas de hoy tienen muy buenas razones para no vivir como los jóvenes izquierdistas de los ’70; la principal de ellas es que el otrora poderoso y voraz campo socialista, que amenazaba con abarcar toda la superficie del planeta y apoyaba a los jóvenes izquierdistas para que lucharan por la revolución con toda clase de medios, se disolvió en el aire junto con sus muros y sus estatuas, de un instante para otro, por obra de las burocracias que controlaban hasta el más mínimo resquicio de la vida social y ahogaban la iniciativa individual. Es una ocasión propicia que los jóvenes izquierdistas podrían aprovechar para entender que la fuerza del capitalismo reside en la ilimitada maraña de retazos sociales dedicados todo tipo de emprendimientos, industrias, sociedades comerciales, agrícolas, culturales, deportivas, artísticas, científicas, ganaderas, pesqueras, educativas y sanitarias, animadas por millones de personas que procuran desarrollar sus oficios y especialidades con creciente eficacia, para mejorar sus posibilidades de consumo y esparcimiento y vivir cada vez mejor. Pero el libre desarrollo de las fuerzas sociales, que explica el progreso de las naciones, no es del agrado de los jóvenes izquierdistas: ellos añoran otra cosa. Cuando un ayudante de Lacan le preguntó qué pensaba de los levantamientos estudiantiles que se estaban llevando a cabo en mayo del ’68, recibió esta respuesta: “Buscan un Amo”. Por alguna razón desconocida, los jóvenes izquierdistas de ayer y de hoy, que en esto sí se parecen, dicen apreciar la Libertad y la Liberación y las invocan en todo momento para criticar ferozmente cualquiera de las muchas falencias que observan en el capitalismo, que siempre será imperfecto porque es funcional a la naturaleza humana, pero acatan sin una sombra de protesta la total falta de libertad que reina en los Estados totalitarios socialistas, les conceden un servilismo incondicional a sus Amos Infalibles y encuentran siempre oportunas y aconsejables las medidas represivas contra los disidentes y la instalación del pensamiento único que somete el país al capricho narcisista del Amo; la historia se repite con cuanto dictador invoque la revolución para eternizarse en el poder. Todavía me avergüenza recordar que durante mi infancia canté muchas veces una canción que revela la grotesca megalomanía de los dictadores y promueve el sometimiento más indigno: “¡Perón, Perón, qué grande sos! / ¡Mi general cuanto valés! / ¡Perón, Perón, gran conductor, / sos el primer trabajador!”.
Curiosamente, el pensamiento mágico que le confiere a las palabras un instantáneo poder creativo se manifiesta también en el arte contemporáneo, un mundo que no por casualidad mantiene una estrecha afinidad ideológica con la Verdad revelada del izquierdismo, y comparte su sentimiento de superioridad moral. Así como al progresista le basta con llamarse a sí mismo izquierdista para sentirse legitimado como tal, aunque nada diferencie su modo de vida del que llevan los despreciables conservadores, los artistas contemporáneos creen que basta con etiquetar como arte unas piedras o una oreja de chancho para que las piedras y la oreja de chancho, siguiendo la estrategia del mago que mete un pañuelo en la galera y saca una paloma, se conviertan en obras de arte. Extremando la nota, también vemos con demasiada frecuencia que esa clase de artistas, que se dicen artistas aunque no saben dibujar una naranja, presentan sus alegatos y protestas contra el capitalismo o contra la iglesia católica como formidables obras de arte, y al igual que nuestros jóvenes izquierdistas, les endilgan los motes de conservadores o derechistas a todos los que se atreven a sostener que una mera opinión ligada a la política o la religión no es arte ni nada que se le parezca. Sumergidos en el gozoso mundo del pensamiento mágico, los izquierdistas que dicen amar la libertad pero adoran incondicionalmente al Amo socialista, y los artistas que convierten en arte lo que tienen más a mano, trepados al podio de la superioridad moral, coinciden en despreciar y descalificar a los que no piensan como ellos. Pero hay que tenerles paciencia. Aunque sigan negando la realidad, ya les llegará el momento de la desilusión.