Debates sobre asuntos de importante alcance político y social se sustancian en una mañana y por la tarde ya estamos enfrascados en la siguiente polémica, bailando al son que tocan los asesores de imagen y los gabinetes de comunicación. Las ideas se lanzan a los cuatro vientos sin precisarlas ni en el fondo ni en la forma y, lo que es peor, sin haber sopesado sus implicaciones ni haberlas discutido previamente con nadie. Solo es necesario envolverlas en un brillante papel de celofán con un sonoro lema político y esperar que las redes sociales y el resto de los medios hagan su trabajo de engullirlas y regurgitarlas cuanto antes para que surtan el efecto deseado en la opinión pública. La serenidad y el sosiego en los debates sobre los asuntos importantes para una sociedad parecen ya rémoras de un pasado lejano y aburrido, relegado en favor del griterío y los memes en las redes sociales.
Esta situación no es hipotética sino completamente real como hemos tenido oportunidad de comprobar esta misma semana. Un ejemplo lo encontramos en la propuesta de Pedro Sánchez sobre los aforamientos, lanzada en un acto de autobombo de su Gobierno por los cien primeros días en La Moncloa. Las redes y los digitales titularon de inmediato que Sánchez iba a acabar con los aforamientos y nada más lejos de la realidad: si su propuesta sale adelante solo acabaría con una mínima parte de los 250.000 que hay aproximadamente en España. De precisar ese extremo nada baladí y aclarar que quedan excluidos los casos relacionados con la actividad política del aforado, tuvo que encargarse La Moncloa pero a instancias de los medios, no de oficio. El objetivo en este caso era conseguir que la oposición y los medios poco afines dejaran de hablar de las dudas sobre la tesis de Sánchez y, en honor a la verdad, hay que admitir que lo consiguió al menos por unas horas. Sin embargo, el debate se fue diluyendo a medida que pasaban las horas y empezaba a conocerse la letra pequeña de la propuesta: menos de veinticuatro horas después ya ningún medio hablaba de ese asunto en sus primeras páginas y apenas se comentaba en las redes sociales. Dos días después, la propuesta de Sánchez sobre los aforamientos parece algo del siglo pasado.
¿Es de recibo que una cuestión de este calado político, que implica una reforma constitucional y un muy amplio respaldo político, se haya abordado de manera tan frívola como ha hecho el presidente del Gobierno solo para desviar la atención mediática de sus problemas académicos? De ningún modo son aceptables estos juegos de manos cuyo único objetivo parece ser descolocar a los rivales y recuperar la iniciativa política ante la opinión pública cuando se está contra las cuerdas. Del mismo modo, tampoco se puede pretender legitimar una acción como la enmienda del PSOE contra el veto del Senado a los presupuestos a través de una ley completamente ajena, alegando que el PP hacía lo mismo cuando estaba en el Gobierno. Esa decisión y esas explicaciones son indignas de un partido de izquierdas que en la oposición clamaba contra unas prácticas que ahora reproduce y de un presidente de Gobierno al que a diario se le llena la boca hablando de la calidad de la democracia. Anuncios como el de los aforamientos y decisiones como la enmienda contra el veto del Senado son las que de verdad enturbian aún más la calidad de la democracia y rebajan la acción del Gobierno y de los partidos a política low cost.