Hobbes y los realistas tratan de justificar la amoralidad del Estado en sus relaciones con los demás Estados, o al menos la no inclusión de los principios morales en las mismas, argumentando que la esfera interna del poder estatal es diferente a la exterior y, por tanto, la fundamentación de los actos ha de ser diferente. El concepto de Relaciones Internacionales como un mundo exclusivamente de relaciones estatales, la no supeditación de las mismas a un ente superior y junto con el principio del “propio interés” es claramente engañosa y limitada.
Las Relaciones Internacionales, argumentará Beitz, serán relaciones entre individuos que, ocasional o históricamente, forman Estados. Y estos Estados han de estar supeditados a la manera de vivir la vida de los individuos que la forman. No pueden por tanto obviar que los individuos tienen una moral y unos principios. Sin embargo surge una duda al reinterpretar las palabras de Maquiavelo que destaca Beitz. El príncipe, decía Maquiavelo, ha de hacer todo lo posible para conservar su Principado. Hoy, el príncipe es el gobierno, y el Principado el Estado. Por tanto el gobierno habrá de realizar cualquier función que considere necesaria para la conservación de ese Estado. Sea la guerra, la cooperación, la alianza, etc. Si tenemos en cuenta que el Estado ha debido ser creado para asegurar un mínimo bienestar en las vidas de los ciudadanos que lo forman, y el modo de vivir de los mismos, el interés de ese gobierno será el asegurar ese Estado de bienestar, ése será el interés nacional. Tan sólo habrá que discutir cómo se desarrolla el interés nacional, quién lo da forma y con qué argumentos ya que dependiendo del mecanismo de formación y desarrollo, la actuación del gobierno girará hacia un lado o el otro.
Beitz verá en la moralidad del individuo un interés nacional que ha de guiar al gobierno en sus acciones. Si los individuos son morales, los Estados también habrán de serlo. Sin embargo la equiparación de la moral interna del individuo con la moral externa del Estado es, en mi opinión, peligrosa.
Beitz quiere ver en el supuesto control de la actuación del Estado en la política internacional, una limitación moral a sus acciones. Aquello que impide que los Estados actúen de manera ilimitada, persiguiendo su propio y egoísta interés, no será otra cosa que los principios morales emanados de la moralidad del individuo, quién es realmente el sujeto de la sociedad internacional. Pero ver moralidad en una autolimitación, en unas reglas del juego establecidas para que todos los actores sean capaces de subsistir o, al menos, para que todos los actores sepan a qué atenerse, es quizás excesivo.
Limitar al Estado en su acción es la consecuencia del poder de otros Estados. La libertad de acción de un Estado estará limitada por la libertad de actuación del otro. Claro que un Estado puede saltarse esa limitación si lo estima conveniente. Es entonces cuando, si es poderoso, el resto de Estados poco podrá hacer. Pero cuando hay un poder de otro Estado o de un grupo que se enfrente a esa ruptura de la limitación el conflicto entre ambos bandos se hace inevitable.
Por tanto es el deseo de ver reconocido un derecho en concreto por lo que un Estado en concreto va a respetar y reconocer dicho derecho en los otros. Y no por una supuesta concepción moral, cambiante en el tiempo y el espacio y que puede no ser compartida por varios actores internacionales (por ejemplo el principio de la redistribución internacional) y por tanto no respetada o reconocida.
Por otro lado, considerar al individuo como actor principal de las relaciones internacionales es no ver que el sistema internacional es un sistema creado de la interacción de entes estatales y no de individuos. De un artificio creado por el hombre (el Estado) al que se le han atribuido unos derechos, unas libertades y unas limitaciones para, en el marco de comunidades políticas independientes, relacionarse mutuamente.
No hay que negar que además del Estado hay muchos otros actores internacionales, pero pensar en el individuo como el principal actor en esta relación es obviar las lecciones de la realidad.