Me hice seguidora de un político que voté en las últimas elecciones. Fue el típico voto de castigo, para que no salga otro partido, que se gira en contra: todas las esperanzas depositadas desaparecen de un plumazo a golpe de recortes.Confías en su página de Facebook, en que alguien lea tu disconformidad, aunque sea su becario. Te contesta (quien sea, pero en su nombre) con muy buenas palabras (palabras de políticos), o sea, bla, bla, bla. No cambia nada, la cosa va a peor.Van pasando los meses y los ánimos se van caldeando. Quien fuera que gestionara la página se convierte en un censurador digno de la mejor época del franquismo. Los ánimos siguen caldeándose.La página de este político se convierte en una especie de guerra entre seguidores: los que están en contra de lo que hace divididos en gente que habla educadamente y con respeto y los que llegan a la agresión verbal, al insulto y a colgar bulos, y los que están a favor, algunos con educación, algunos defendiendo lo indefendible, algunos con un peloteo penoso (“qué bonita la corbata”, “qué guapo en la foto”, “cuanto trabaja, debe estar muy cansado”…), algunos con toda la mala educación del mundo y algunos rozando un comportamiento casi sectario.Estos últimos días he notado que el censurador o está de vacaciones, o se conecta poco, o es un infiltrado que le aprecia poco, porque se han borrado mensajes que no eran censurables porque eran respetuosos y se han mantenido mensajes que directamente insultan.Esta página ahora resulta un tanto PATÉTICA, así, en mayúsculas. Si este político ya había perdido mi voto, ahora ha perdido mi respeto. Y, desde mi humilde punto de vista, aconsejaría a los políticos que no se hicieran perfiles públicos y, si lo hacen, que los controlen y, de paso, que controlen todas las bochornosas páginas que brotan con sus nombres. En caso contrario, pueden perder la poca credibilidad que les queda.