A mí me gusta ser docente. Me encantan los adolescentes; siento que me mantienen joven y actualizada, y si bien a veces querría ponerles asientos eyectores a los pupitres (con un mando a distancia que pudiera manejar), estoy segura de que no podría ser algo más.
Pero vieron, el trabajo es una de esas cosas que una se plantea a veces, sobre todo si está muy cansada a un mes de comenzadas las clases: un cambio radical de profesión. El hecho es que me puse a pensar, ¿qué podría hacer si no fuera profesora?
Podría ser una ninja; vestida de negro de pies a cabeza, sigilosa, armada únicamente con mi agilidad e inteligencia, y dando una muerte misericordiosa y sin dolor a todos los que me molestan. Sería muy excitante, ¿no?
O arquitecta de sueños: desde que vi ‘Inception’ estoy entusiasmada con esa profesión. ¿Quién no querría pasarse la vida soñando escenografías imposibles y desafiando las leyes de la física? Yo sí. Las leyes de la física y yo no nos llevamos de cualquier manera; nunca logré entender por qué, si dos trenes salen con media hora de diferencia, en algún momento se cruzarán. ¿O era que no se cruzaban? Y si se cruzan, ¿chocan? Vaya a saber. Si yo fuera arquitecta de sueños, me aseguraría de que todos mis trenes salieran y llegaran a la misma hora; o mejor aún, en mis ciudades no habría trenes, para más seguridad.
Otra buena opción podría ser la de cazarrecompensas renegada; imaginen una versión femenina de Lorenzo Lamas: audaz, mortífera y rompe corazones. O US Ranger, onda Tommy Lee Jones persiguiendo a Harrison Ford en ‘El Fugitivo’ (si hay que perseguir a Harry yo me anoto). También podría cumplir mis sueños de niña y ser astronauta o domadora de leones, o guardabosques, neurocirujana, médium, piloto de fórmula uno… la lista es larga.
El tema es que para ser ninja lo único que tengo a mi favor es que el negro me queda genial; nunca entendí del todo las proyecciones, así que de arquitecta, nada. Tengo mala puntería y nunca rompí un corazón, más bien han roto el mío. En Uruguay no hay programa espacial ni leones; le tengo miedo a las alimañas y me fastidiaría que un oso me comiera el almuerzo. También me da cosa la sangre y odio los sesos; nunca he logrado contactar con los muertos (lo he intentado, les aseguro) y soy demasiado grande para entrar en un auto de fórmula uno.
Creo que mejor sigo siendo docente. Aunque si me pongo a pensar, es una profesión polivalente: en realidad y somos un poquito de cada una de esas otras, mucho más glamorosas, ocupaciones. Fíjense.
He desarrollado la habilidad de un ninja para acercarme sigilosamente a un alumno y pescarlo haciendo trampa, en cuyo caso le doy una muerte misericordiosa (metafórica, claro, no ando matando alumnos – generalmente con una caída estrepitosa de sus notas alcanza); soy ágil esquivando tizas y bolas de papel, y vestirme de negro no es problema, ¿mencioné que me queda genial?
Es condición sine qua non ser soñadora, aunque sea para imaginar un aula ideal, y si no se la tiene, desafiar las leyes de lo que sea, y dar clase con lo que hay a mano; sin mencionar llamarles la atención con una lección tan arrolladora como el famoso tren.
Solo un astronauta puede alcanzar adolescentes en la galaxia por la que estén paseando, y es evidente que es tarea de una médium lograr hablar con los que están tan alejados de la clase que bien podrían pertenecer al inframundo. La tarea de enseñar es tan delicada como la de un neurocirujano y ambos comparten la misma área de trabajo: los sesos de los chicos.
Para ser docente hay que ser audaz, también mortífera si es necesario (gracias a dios por la libreta), y se siente genial cuando se logra capturar el corazón de un estudiante (que sí, que se puede). Ni hablar de ser domadora y guardabosques –los liceos están llenos de leones y otras alimañas. Ah, y también se tiene que ser casi tan rápida como un piloto de F1 para tomarse un café, completar la libreta y correr de una clase a otra en un recreo de cinco minutos.
Con todo esto llegué a dos conclusiones: primero, que no necesito cambiar de profesión, las tengo todas en una; y segundo, que es lógico que esté cansada... ¡fíjense en todo lo que hago!
EriSada