Estoy flotando sentado en una silla junto a un altar indígena.
Bajo la perspectiva zen, no hay invadidos ni vencedores, hay un constante vaivén entre polos de perspectiva, sin aferrarse a ninguno más que lo necesario para unir y relatar las partes.
Porque el ser humano necesita de contrastes para asimilar conocimiento.
El equilibrio es el estado indisoluble que se acerca a la sensación de armonía corporal, física, de tono, de maduración junto al cosmos, pegados a ese ir y venir bamboleante que nos hace descubrir eventos, causalidades, oportunidades. Ver deidades donde hay beleidades. Hallazgos de cuerpo y alma que trascienden nuestro hervor sanguíneo, que nuclean la servicial circunstancia de reflejarse en los extremos para volver a posición.
Acción quieta, serena, desperdigada en las células, recovecos membranales, músculos en relajo, y ensueño dado por el acomodamiento de los órganos en el interior.
Todo lo que ocurre es natural, uno lo degrada al creerlo cultura, pero es la quinta esencia manifestada en el espacio –con Pink Floyd de fondo- saber que la Naturaleza prima en consonancia con la expresión personal.
La persona saca a relucir su esquema de capacidades, de relacionar.
Buen corto sobre los esquemas de aceptación de un individuo en su vida diaria: