Título original: Poltergeist
Dirección: Tobe Hooper
Año: 1982
Duración: 114′
País: EEUU
Guión: Steven Spielberg, Michael Greis y Mark Victor
Música: Jerry Goldsmith
Fotografía: Mtthew F. Leonetti
Intérpretes: Jobeth Williams, Craig T. Nelson, Beatrice Straight, Dominique Dunne, Oliver Robins, Heather O’Rourke, Zelda Rubinstein
Premios: 3 nominaciones al Oscar, 3 premios Saturno de 6 nominaciones (Academia de SCI-FI, Fantasía y Terror), 1 BAFTA.
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Más de uno debe estar frotándose los ojos al ver esta película por aquí. Bueno, vamos a argumentarlo, porque después de haber visto tropecientas veces esta cinta desde que era crío, en la última me ha quedado muy clara una lectura que antes no había tenido demasiado en cuenta, y que me recuerda que aunque lo que estás viendo tenga un perfil muy concreto -terror, fantasía, en este caso- nunca hay que olvidarse de esa mirada secundaria que se fija en pequeños detalles en los que suele haber “mensajitos” de otro calado.
Bueno, creo que casi todo el mundo sabe de qué va esta historia. En una de esas típicas familias americanas aparentemente idílicas, comienzan a pasar cosas relacionadas con la casa que acaban de habitar que hacen tiritar la estabilidad y la comodidad burguesa en que están instalados. Obviamente son fenómenos extraños, graciosillos al principio, aterradores después.
Ya hemos adelantado alguna cosita de por dónde van los tiros. En efecto: se trata de agitar un poco los temores del ciudadano medio acomodado y despreocupado. Hay estudios que se han fijado cómo en la cultura popular americana el aparente aislamiento continental que han tenido frente a potencias rivales o enemigas, empezó a generar, en especial en la Guerra Fría, toda una mentalidad colectiva temerosa del enemigo exterior y la invasión externa y desconocida. Esa especie de psicosis explotó en la creatividad de los años 50 con buenos montones de películas, novelas y cómics de ciencia-ficción y protagonizadas por invasores de otros mundos, casi nunca amistosos. A ello se le ha ligado, en oposición, una querencia por la constante aparición de menciones explícitas o implícitas al hogar, tanto en lo concreto como en lo metafórico, tanto en lo colectivo como en lo individual. Estudios más recientes encuentran ese lazo con el retorno al hogar y a la familia en todo el rastro cinematográfico de Steven Spielberg (el profesor Sánchez Escalonilla tiene una obra al respecto).
Sin entrar en la diatriba sobre si Spielberg se limitó a ser guionista y productor o si también, como dicen las malas lenguas, dirigió buena parte de la película desde la sombra, lo importante es que la esencia de la misma lleva su firma, y además en edad temprana. Toda esta historia sobre “lo nuestro”, “lo familiar” que resulta atacado y ultrajado y la lucha por recuperarlo es patente y clara en el film, por lo que ya podemos, tras hilvanar todas estas cosas, obtener una lectura en clave cultural genérica. Pero hay algo más que me ha resultado llamativo, una especie de toque de atención, de andanada a cierto modelo de ciudadano.
La familia retratada es, obviamente, un grupo al que le ha ido bastante bien en los Estados Unidos capitalistas y neoliberales de la naciente era Reagan. Papá se lleva la palma. Es un comercial inmobiliario de éxito que ha vendido la mayoría de los fabulosos adosados y chalets de una macro urbanización campestre situada en un valle idílico, lejos de la gran urbe y sus malos ambientes. Es, a todas luces, un conservador que lee la vida de Ronald Reagan en la cama, al que su propia esposa le dice, cuando va a contarle sus descubrimientos sobre lo que ocurre en casa: “abre tu mente como cuando eras más joven y más abierto”, es un padre protector y severo cuando debe serlo, controlador de su pequeño estado-familiar, preocupado por las comodidades y por los canales deportivos de la tele. Y sin embargo, todo se le viene abajo, e irónicamente, encuentra al
culpable en su propio jefe, ejecutor de una de esas prácticas amorales de la industria capitalista sin escrúpulos para la que ha trabajado denodadamente y con fe ciega, y que va a resultar el meollo central de todo lo que ocurre. Una especie de ruptura de la inocencia, como un mensaje del paraíso que se descompone por estar cimentado en bagatelas de barro. No creo que sea casualidad que la película comience con una larga entradilla en la que lo único que se ve es la carta de ajuste de la televisión con el himno estadounidense de fondo, y que tras él, se desencadene la tragedia.
En fin, ustedes dirán, pero a mí me ha parecido que en los detallitos, la película no daba puntada sin hilo. Si encima nos gusta lo fantástico, mejor que mejor.
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