Por desgracia, Pompeya está lejos de recoger esta tendencia. Desde el primer momento se observa que son muchos los elementos que fallan en esta producción: la desastrosa elección de sus intérpretes, Kiefer Sutherland incluido, su vocación de espectáculo desmesurado y mal ejecutado, su falta de rigor histórico y, por encima de todo, su uso y abuso de los tópicos, hasta el punto de que el espectador sabe perfectamente cuáles van a ser las reacciones de los personajes en cada circunstancia y que es lo que va a suceder a continuación (salvo el final de los dos protagonistas, tan sorprendente como risible). Hay momentos en Pompeya que parecen haber sido escritos por los guionistas de Los Simpson para parodiar el cine de romanos, situaciones tan manidas y de resolución tan previsible que causan vergüenza ajena. Nada funciona como es debido en esta producción, que presenta a los romanos como unos seres malos y corruptos por naturaleza, unos opresores contra los que luchan paladines de la libertad como Milo, por lo que el estallido del volcán no puede ser otra cosa que un justo castigo contra tanta maldad. Ni siquiera las luchas de gladiadores estan rodadas con oficio, hasta el punto de que ni siquiera se muestra la más mínima gota de sangre en las mismas.
La película del director de Horizonte final (ésta sí, una producción de culto, que marcó el punto culminante de una carrera por lo demás irrelevante), no es más que un intento indigesto de mezclar Titanic, Gladiator, Braveheart e incluso El hombre que susurraba a los caballos en una sola producción, dando un resultado tan desastroso como la misma erupción del Vesubio. La trama de Pompeya no es más que una justificación para mostrar, en su última media hora, unos correctos efectos especiales para ser visionados con las correspondientes gafas 3D. Pero hasta esto resulta aburrido, como si fuera un castillo de fuegos artificiales que no termina nunca. Decisión injustificable la de retomar el clásico de Edward Bulwer Lytton para presentar tan pobres resultados. Un desastre en toda regla que quizá sirva para aumentar algo el turismo en el parque arqueológico de Pompeya que también, según he leído últimamente en la prensa, está gestionada desastrosamente en estos tiempos.