El pasaje de la Biblia que nos dice que pongamos la otra mejilla perturba a muchos cristianos. ¿Debemos quedarnos quietos mientras alguien nos golpea física o emocionalmente? No. Pero no debemos responder con la misma moneda. Sin duda, el orgullo provocará el deseo de que nos venguemos del colega que nos avergonzó en una reunión, o del miembro de nuestra familia que nos dijo palabras hirientes. Pero no debemos devolver mal por mal o insulto por insulto, sino más bien bendecir (cp. 1 P 3.9).
En la práctica, la situación determinará la forma que tomará nuestra respuesta. Puede ser que necesitemos ignorar las acciones de la otra persona, alejarnos de la situación, o confrontar a nuestro enemigo —la confrontación destinada a lograr entendimiento y reconciliación está bien. De hecho, el Señor Jesús nos enseña que convirtamos a los antagonistas en amigos por medio de la conversación respetuosa (Mt 18.15). Preguntarle: “¿Por qué tienes ese sentimiento contra mí?”, puede revelar el poder del amor incondicional para ayudar a un alma que sufre, a pesar del potencial que tiene para herirnos.
¿Pudiera Dios estarle llamando a mostrar este amor agape?
(En Contacto)