Ponme un ejemplo – @tearsinrain_

Por De Krakens Y Sirenas @krakensysirenas

¿Quieres que te ponga un ejemplo? Escúchame, es un ejemplo largo.

¿Te acuerdas de la primera vez que nos vimos? Te sentabas frente a mí en la larga mesa de aquel pequeño restaurante… ¿Cómo se llamaba? No lo sé del cierto, solo sé que era verdaderamente horrible. Yo te tenía vista del barrio y me presenté con esa excusa, pero también te había visto por los pasillos de la facultad. Si he de serte franco, no me diste demasiada buena impresión así, de entrada, pero ya se sabe, muchas veces las mejores relaciones empiezan así. Ibas muy maquillada y a mí, aún a día de hoy, las mujeres que se pintan en exceso no me gustan demasiado. Incluso diría que no hablamos de nada tú y yo, aquella noche, quizá intercambiamos un par de palabras después de la presentación, los típicos comentarios sobre el barrio donde vivíamos, nada más creo recordar.

Durante el resto de la noche ya casi ni nos vimos, porque en el bar donde hicimos el café, tú te sentabas en la misma mesa que yo, pero no te hice caso y, hay que decirlo, tú a mí tampoco. Pero más tarde tu amiga y tú desaparecisteis como por arte de magia y ya no volvimos a reencontrarnos hasta más adelante. Recuerdo que saludaste una vez a uno de mis compañeros de clase y de bar universitario, con quien aún mantengo amistad, ya que él te pagó un café aquella noche en que salimos todos y tú se lo devolviste, o algo parecido. Me hizo gracia cuando me dijiste que no te atrevías a decirle nada sobre invitarle a ese café de vuelta ya que temías que él pensara que querías algo más.

Por aquel entonces, por las fechas de la cena, yo estaba interesado en otra chica de la facultad, ya sabes de quien te hablo pues te lo expliqué poco después, y estaba tan enfrascado pensando qué le diría cuando estuviéramos solos, si se terciaba, que no me di cuenta que os habíais largado. Como ya te conté, cuando por fin me quedé a solas con aquella chica fue un completo desastre, hasta el punto que después apenas me dirigió la palabra y aún gracias que conseguí enderezar la situación.

También la segunda vez que coincidimos no acabamos de conectar tú y yo. Salí de casa para ir al banco, esa mañana, y oí que alguien me llamaba, no por mi nombre sino que me llamaban simplemente, y al girar la vista el sol ya alto me deslumbró, sí, de veras, tardé varios segundos en verte o, mejor dicho, en identificarte. Solo te di tiempo para que me explicaras qué hacías tú allí, motivos laborales, y seguidamente un “hasta luego” rápido y escurridizo. Me fui hacia el banco pensando en lo guapa que eras, pero sin querer romperme la cabeza por otra chica al menos durante un tiempo. Ya sabes que yo era de esas personas que se comen el coco sin parar durante largo tiempo. Evidentemente no cumplí ese propósito y a la mañana siguiente, mientras tomaba el sol en la terraza, pensé que quizá volverías a pasar por allí y, de vez en cuando, observaba la calle por si te veía. Finalmente apareciste y bajé casi corriendo las escaleras con aquellos pantalones de verano que tanto adoraba y esta vez fui yo quien te llamó. “Te he visto y he pensado que estaría bien bajar a saludarte”, te dije y tú respondiste “así me gusta”. ¡Qué segura de ti misma parecías! Y como cambia la percepción que tenemos de la gente con el tiempo, verdad, tú eres un claro ejemplo de ello.

De esta manera, poco a poco, los días en que no trabajaba se hacían esperar con ansia y cada vez tenía más ganas de hablar contigo, de conocerte más. Los compañeros del nocturno de la facultad se sorprendían que nos aviniéramos tanto. Y me hice ilusiones, ya lo creo que sí, muchas. Tus invitaciones a pasar más tiempo juntos, las ganas que parecías tener de pasar largos ratos hablando conmigo… Sí, también me acuerdo que siempre que yo te proponía de ir a tomar algo al salir de clase tú decías que sí sin titubear. ¡Y nos tenían que echar de los bares! Y llegó el primer beso, mi miedo atroz a acercarme tanto a ti, el temblar de cada uno de mis músculos y esa sonrisa tuya a medida que yo acortaba milímetros… Me contaste que acababas de salir de una relación muy larga, muy dura, que yo te gustaba mucho y todo eso y que querías ir despacio por lo mal que lo habías pasado…

Durante un tiempo, efectivamente, todo fue lento. Nuestros besos se contaban con los dedos de una mano, nuestros encuentros parecían repetir un patrón del que no podía pasarse. Hasta aquella noche en el portal de tu casa, cuando acabamos haciendo el amor en el rincón oscuro entre la puerta del garaje y las escaleras, después de que los labios irritados de tanto comernos la boca dijeran que ellos ya no podían más y el resto del cuerpo se dejó llevar.

Fue un verano para hacerse ilusiones, te lo aseguro. Y el inicio del curso universitario parecía prometedor. Uno de mis colegas decía entre envidia e incredulidad, era tendente a estadísticas y probabilidades, que nos veía muy bien pero que como pareja no casábamos, que tú eras una de las chicas más guapas de la universidad y yo era un tipo que pasa desapercibido yendo con el grupo de los que pasan desapercibidos. Yo pensaba también que tenía una suerte increíble. Entonces te fuiste de Erasmus a Alemania.

Y entonces él te escribió aquellas cartas que me enseñaste entre lágrimas, en las que se arrepentía de haberte dejado, de haberse equivocado en sus decisiones, de haberte hecho daño y de haberte usado como trapo sucio. ¡Cuántos haberte había arrepentidos en esas letras! Y yo supe, mientras tú hablabas en ese bar cálido que nos protegía del frío invernal, de cuando el invierno todavía era frío, que no llorabas solo de frustración por ese dolor que te habían causado y ahora regresaba, llorabas por la rabia que sentías de saber que, a pesar de todo, a pesar de mí, volverías con él. Solo te faltó el “no puedo evitarlo” de Valmont a su amante, pero lo cambiaste por un “siento hacerte esto, pero ya te dije que no te hicieras ilusiones conmigo”.

Esto, esto es un ejemplo de que la gente cambia, a golpes o a caricias, y si quieres más, solo hace falta que preguntes a la primera persona que te encuentres por la calle y te sientes a escuchar.

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