Casi sin querer, me sitúo en el mismo sitio que hace tres años. Esta vez me acompaña Josep. Lo bueno de ir con él es que, cuando le pregunto si me quiere acompañar a un concierto, le suele importar un pito quién toque. No por desinterés si no porque a él lo que le gusta la música en directo y, en general, tiene muy pocos prejuicios o mucha facilidad para pasárselo bien. Y eso siempre se contagia.
Desde la primera fila hago las fotos pertinentes mientras me dejo la voz cantando con ellos “La ley de costas” y, cuando llegan a la parte de “Hemos llegado hasta aquí…”, pienso que igual en estos tres años han cambiado muchas más cosas de las que parece. Y, por qué no decirlo, me siento asquerosamente feliz.
No quiero ponerme trascendental pero, cuando pasan cosas así, se me hace imposible no hacer balance. Me pasan montones de recuerdos y sensaciones por la cabeza. ¡Basta ya! Son demasiadas reflexiones para un concierto de rock. Vuelvo a bajar a la tierra y entonces tocan tema nuevo que precisamente se titula “Pop y Espiritualidad”.
Es la primera vez que veo a Obits en directo y me gustan más de lo que pensaba. Por su actitud, nadie diría que vienen de Nueva York y que tienen el culo “pelao” de tocar en directo. Conservan un entusiasmo y una humildad digna de cualquier grupo novel.
Es un grupo que te deja disfrutar aunque no los hayas escuchado nunca y no te sepas las letras. Con ellos simplemente se trata de pasarlo bien y de bailar como se baila en un buen concierto de rock, es decir: como si te dieran pequeñas descargas eléctricas. Al menos a mi, no se me ocurre nada más divertido.
El pitido de oídos y la afonía es un pequeño precio a pagar por una noche de esas que te cargan las pilas para toda la semana. Y en mi cabeza no para de sonar, a modo de mantra, eso de “Todo irá bien si no esperamos mogollón…”.